– Elena se casa.
Lo había soltado así, a bocajarro. Como si esas tres palabras encerrasen todos los problemas que asediaban su mente.
– Bien por ella, ¿no?
Marcos enarcó una ceja ante la mirada que le dedicó Laura, que de malas maneras apuró su cerveza dejando el vaso sobre la mesa en la que tomaban el aperitivo. Era todavía pronto y aunque ambos tenían obligaciones familiares disponían de tiempo para abrir un melón más –en este caso la boda de Elena– antes de despedirse.
– ¿Por qué te molesta tanto que se case? –se atrevió a seguir Marcos consciente de que se estaba metiendo de lleno en el lodazal.
La pregunta flotó en el aire disolviéndose entre todas las conversaciones del bar, que estaba repleto de gente tomando algo antes de la hora de comer. Laura se dio un segundo para responder mientras concentraba su vista en la espuma que quedaba en su vaso.
– A no ser que no sea la boda lo que te moleste –disertó Marcos en voz alta–, sino que en realidad te joda el hecho de que tú estás soltera y otras ya van haciendo su vida de adultas maduras e independientes.
Laura soltó un bufido y entornó los ojos aparentando estar ofendida, pero Marcos sabía que había dado en el clavo.
– No te tenía por una romántica envidiosa –le picó burlón.
La respuesta se hizo esperar, como si ella estuviese intentando inventar una excusa a su comportamiento en vez de admitir la verdad. Al final optó por no fingir y dejando caer los hombros miró a Marcos con una chispa de rabia en sus iris de azabache.
– No soy una romántica envidiosa, imbécil –le espetó–, pero se supone que ya tenemos una edad y todo lo que teóricamente debería interesarme lo veo todavía muy lejos…
– ¿Y qué?
– Pues que Elena se casa, y luego la otra se quedará embarazada, y el otro se irá a vivir con su novia, esa con la que todos pensábamos que no duraría más de tres semanas, y adoptarán un perrito y estarán todo el día subiendo fotos a Facebook…
– Menuda mujer fuerte e independiente de pacotilla eres –le cortó Marcos con sorna–. ¿Es que quieres algo de todo eso?
Laura se revolvió en la silla poniendo cara de asco ante la sola idea de desear todo aquello.
– Pues claro que no idiota, pero parece que esas cosas deberían entrar en mis planes y una parte de mí se pregunta si a lo mejor tengo algún problema…
Marcos sonrió acercando su silla un poco más a la de su amiga.
– Desde luego que tienes un problema: que eres tonta. Pero por pensar así, no porque las bodas y los hijos entren o no en tus planes de futuro. Tú estás haciendo tu vida, dedicándote a lo que quieres y de la mejor manera que puedes, ¿no? pues lo que tenga que venir vendrá. Y a las presiones de la sociedad, lo que esperen de ti y lo que se supone que tengas que conseguir, que les den.
La joven se esperaba una respuesta parecida. En realidad no entendía bien de dónde le venían todas esas preocupaciones tan poco propias en ella… quizá el acechar de los treinta en el horizonte tenía algo que ver.
– Y si tanto problema tienes –continuó Marcos– pues o bien te buscas pronto a un cualquiera para irte a vivir con él, casarte y embarazarte, o adoptas un perro.
– No, yo un gato.
– Pues adopta un gato y déjate de chorradas. Por lo menos al gato no hay que sacarle a pasear, que ya verás qué risa les va a dar a los dueños cuando el bicho quiera salir un domingo a las ocho de la mañana a dar un paseo.
Laura se sonrió no demasiado convencida pero algo aliviada. En el fondo estaba segura de que lo estaba haciendo bien, que todo eran tonterías estereotípicas amplificadas por las redes sociales… pero escucharlo en boca de otra persona le ayudaba a apuntalar sus ideales.
– Somos nosotros contra ellos, ¿no?
– Y ellos son muchos, pero qué demonios –Marcos alzó su cerveza hacia ella con solemnidad antes de vaciar el vaso de un trago–. Vive la résistance.