Es domingo, nueve de octubre, y son las diez de la mañana. Una mañana más en la que Elena abre su quiosco para que los niños que pronto empezarán a llegar a jugar puedan comprar golosinas, cromos y el periódico para sus padres.
También es una mañana más para Eladio y Luz, que la saludan mientras dan su paseo antes de ir a misa. Un poco más allá, en la boca de metro, Tomás fuma un cigarro pensando en la mala suerte que ha tenido al tocarle el turno de domingo por la mañana. De ser por él estaría en casa, recién levantado, con una taza caliente de café y el pan en la tostadora. Sin embargo ahí está, con su uniforme naranja fosforito, haciendo guardia hasta que llegue el relevo.
Son las diez y a esa hora pasa el coche de Antonio, que empieza su ruta de misas dominicales en las parroquias que tiene a su cargo. Será un día largo, con un sólo sermón preparado para todos los feligreses y muchos kilómetros bajo las ruedas. Aprovecha el semáforo para cerciorarse de que lleva material suficiente para que todos los fieles comulguen y al ver el uno y los tres ceros en el reloj del salpicadero se acuerda de Virtudes, la devota mujer que le deja la iglesia lista para el oficio.
A las diez se ve al fondo del parque a un grupo de chicos que, ojerosos y con pinta de haber tenido una noche digna de contar, se tambalean camino de su casa entre risas y chistes. La misma hora a la que los padres de algunos de ellos entran a trabajar sin saber todavía nada de ellos. Juan y Elisa abren su panadería, así como Carlos la farmacia, Li su ultramarinos y Pasha y Mirza la frutería. Es domingo y tampoco hay que pegarse el madrugón, pero seguro que algo de negocio hacen.
A las diez empieza la obra de teatro en el centro cultural cercano, con decenas de niños deseosos de conocer las peripecias de Trifoso y Malavina, los protagonistas. Falta Trifoso, que llega tarde porque tiene treinta y nueve de fiebre, pero el concejal del distrito se ha pasado esa mañana por allí y hay que empezar a la hora pase lo que pase. Tocará improvisar. Entre el público algunos padres y madres que están solos miran el reloj con cara de envidiar a la pareja que se ha quedado en casa aprovechando la mañana para descansar.
En alguna parte de la ciudad, a las diez de la mañana, hay cocineros empezando a preparar salsas, restauradores trabajando en un cuadro, taxistas dejando a su último cliente y otros cogiendo al primero, enfermeros salvando la vida a un paciente, gente saliendo a correr, a hacer turismo o incluso durmiendo.
Es domingo, nueve de octubre, y son las diez de la mañana. Nada ni nadie se para. El mundo sigue girando.
Foto de portada: ©Skitterphoto
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