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Un tipo importante

Se levanta pronto, con la primera alarma del despertador. Son las seis cuarenta y siete según el reloj de la cocina, que brilla burlón mientras él se prepara la primera taza de café del día. Con ella en la mano y algo de cafeína ya recorriéndole el cuerpo se acerca al despacho, enciende el ordenador y da una vuelta por toda la casa abriendo las ventanas para que el aire se renueve. Aprovecha el momento para acercarse a la habitación de su hija, que duerme como un lirón después de llegar, si no le falla la memoria, a eso de las cuatro de la mañana.

Para cuando vuelve a la mesa del despacho ya son las siete menos cinco y Vinny se despereza en su rincón. Windows ha decidido instalar sin previo aviso una actualización largamente postergada, de modo que, resignado, decide invertir el plan de la mañana: primero sacará a pasear al perro y ya se pondrá a trabajar después.

Fuera sopla una brisa fresca que parece llevarse los nubarrones del día anterior; Vinny arranca a andar con sus cortas patas de Teckel a la par de su amo. Durante media hora patean el barrio viendo cómo el amanecer gana la partida a la noche una jornada más, parando en la churrería de Antonio para comprar el desayuno. Un par de conversaciones con los dueños de Rufo el Gran Danés y la Bulldog Panchita y a casa.

En la cocina, su mujer ya cacharrea preparando el desayuno y le mira con cara rara al verle con la bolsa de los churros.

    – Podías haber avisado, que ya estaba preparando tostadas.

   – Gracias por el detalle, cariño —contesta él—, qué bien que te hayas molestado en comprar churros, muchas gracias.

    – Simplemente…

    – Que sí, que lo que tú digas.

Quita la correa a Vinny mientras farfulla y se encierra en el despacho a esperar a que Windows termine de actualizarse. A las nueve y dos minutos por fin puede ponerse a teclear un par de correos electrónicos que tiene que dejar enviados esa mañana. A las nueve y media exactas el aspirador comienza a rugir en la habitación de al lado. Cierra los ojos, chasquea la lengua y no ha contado hasta diez cuando la puerta de la habitación de su hija se abre haciendo retumbar las paredes de toda la casa. El aspirador cesa su rugido.

    – ¿En serio tienes que ponerte a hacer eso ahora?

    – Buenos días, dormilona.

    – Mamá, no me jodas.

    – Son las nueve y media, no es tan temprano.

    – ¡Es sábado! ¿Es que no puedo dormir ni un sábado?

    – Salimos hasta las tantas y claro…

    – ¡Es que no ves…!

La voz de la hija se pierde con el escándalo del aspirador y justo después se escucha un tremendo portazo. Vaya mierda de mañana, piensa mientras mira el reloj. Es hora de arreglarse si no quiere llegar tarde.

    – ¿Has oído? —grita su mujer por encima del ruido.

    – Sí.

    – ¿Y?

    – Yo no digo nada. Me voy a la ducha que si no, no llego.

    – ¿A dónde? Mira que tienes que ir a la compra y…

    – Hoy no puedo, ya lo sabes.

    – ¿Cómo que no?

    – Lo tienes apuntado en el calendario desde hace un mes.

    – Ah, ¿es hoy? Pues vaya faena…

    – Gracias por tu apoyo, cariño. Así da gusto.

    – No, si ahora la mala seré yo.

Cierra la puerta del baño, se caga en todo, se ducha, se afeita, se vuelve a cagar en todo y sale con el albornoz puesto cual togado romano. El aspirador sigue comiendo pelusas en lo que él se pone el conjunto que preparó el día anterior —es un día importante— y mirándose al espejo se da el visto bueno. Se asoma a la habitación de su hija, en cuyas sábanas mudas y enfadadas refulge la pantalla del móvil, se despide de su mujer, que al parecer ahora se ha enfadado con él y se despide de Vinny.

En la calle va a la parada del autobús, ya que en el centro es imposible aparcar, y espera pacientemente a que las frecuencias del fin de semana tengan a bien llevarle hasta el Retiro. A las once menos cinco está cruzando por delante del Ángel Caído, lugar en el que ha quedado con su editor antes de empezar la jornada.

    – ¿Qué tal va la cosa? —le pregunta tras el saludo.

    – Al menos hay cien personas haciendo cola ya. Eres un tipo importante.

    – No lo sabes tú bien —resopla acordándose de lo que le espera en casa—. No lo sabes tú bien…

 

Foto de portada: ©Jarmoluk

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