fbpx

Un día en la oficina

Entro por la puerta de la oficina puntual. Como siempre. Hablo unos cinco minutos con Julián, el de seguridad, y le pregunto por su padre, que el pobre está ingresado con muy mala pinta. Después cojo el ascensor, subo hasta la tercera planta, saludo a los compañeros y ficho. Empieza la jornada laboral.

Dedico la primera media hora del día a revisar tareas pendientes y leer los mails que han podido ir entrando desde ayer por la tarde. Tengo tres correos que contestar con cierta urgencia, redactar un informe y…

   – Elena, reunión con el jefe en quince minutos.

   – Pf… ¿Sabes sobre qué?

   – No me ha dicho, llévalo todo por si acaso.

A tomar por saco media mañana, si me lo sabré yo. Dejo de lado los mails de cierta urgencia, el informe y cualquier cosa que no sea resumir toda la actividad del mes, como poco, para la reunión. Recopilo gráficos, imprimo un par de correos por si acaso y lo dejo todo listo en una carpeta.

Buenos días, buenos días y empieza la tortura. Odio estas reuniones que sólo sirven para que el jefe se escuche a sí mismo y se apropie de nuestras ideas. Tipos así son los que me hacen contar los días hasta que pueda jubilarme. Qué ganas tengo de jubilarme, coño.

Tres horas más tarde vuelvo a mi mesa, sobre la que han nacido tres carpetas en forma de expedientes con los que debo lidiar. Y además hay diecinueve correos electrónicos nuevos en la bandeja de entrada intentando llamar mi atención. Tras una criba rápida sólo quedan once. Y los tres que no pude responder, y el informe, y…

   – Elena, ¿te has enterado?

   – ¿De qué?

   – El hijo de Antonio, el de contabilidad. Que lo va a hacer abuelo.

   – ¡Coño, qué buena noticia!

La mañana a perros, el compañerismo va por delante del trabajo. Me toca levantarme, saludar a Antonio y dejarme arrastrar hasta la cafetería, que el abuelo está generoso. Cuarenta minutos de reloj en los que nos ha contado con pelos y señales casi hasta la propia concepción de la criatura. Espero no ser tan pesada si mis hijos me hacen abuela algún día. O sí, que se jodan los demás.

   – Elena, ¿tienes un momento?

   – Claro, mujer, tú dirás.

Un lío con facturas de los de marketing. Otra hora para arreglarlo. Y yo pensando en mi bandeja de entrada, en cómo se estará llenando poquito a poquito hasta hacer explotar mi Outlook. Que esa es otra: los de informática han restringido la capacidad de nuestras cuentas y ahora cada dos por tres me salta un aviso de que lo tengo lleno. Malditos cicateros de megabytes…

Para cuando he querido ir al baño, hablado con una compañera sobre las vacaciones, comprado lotería de Navidad y vuelto a mi sitio los expedientes se han multiplicado y la bandeja de entrada está a punto de explotar.

Miro la hora y veo que son las dos y media. Yo me voy a comer.

 

Foto de portada: ©Pexels

¿Te ha gustado el relato?

Deja tu opinión en un comentario o si lo prefieres cuéntamelo en Twitter o Instagram.

Y si quieres más puedes descargarte mis libros Confinados y Un día en la guerra totalmente gratis en esta misma web.

¡Disfruta de la lectura!

Deja un comentario