Las piernas de la gente se ven a contraluz entre los faros de los coches creando un bosque negro sobre las calles. Entre esas piernas, están las suyas.
– Como lo oyes, al final no había manera de reconducir la conversación.
– Si ya te habían advertido. Es que te metes donde no te llaman.
– ¡Alguien tiene que hacerlo!
Marcos agita mucho las manos, como siempre que se enfada. Laura, por su parte, se limita a seguir andando e ignorar los aspavientos de su amigo.
– Venga, que vamos tarde.
– Para un día que reservamos para cenar en un sitio y me metes prisa… ¡una y no más!
– Si celebramos, celebramos en serio —Laura está pletórica tras haber arrancado un aumento de sueldo a su jefe y ha decidido aprovechar la ocasión para invitar a Marcos a cenar a un restaurante al que llevaba mucho queriendo ir—, así que camina y sigue contándome.
– Ya sabes, la política. Que siempre amenaza con contaminar todas las conversaciones y en este caso le tocó a la mía.
– Y a ti que te gusta dejar que te contamine, majo, que nos conocemos…
Marcos entorna los ojos, respira hondo y sigue contando.
– El caso es que ella empezó a protestarme, ya sabes, que si eso no era así, que si tal político, que si la izquierda y la derecha…
– Pero siempre con sesgo propio, ¿no?
– Por supuesto, siempre con sesgo propio. Yo intentaba verlo desde fuera y ella empeñada en que no, y cuando le daba algún dato para el que no tenía respuesta pues hale, que ya no quería hablar de política.
– Es lo que suelen decir los que se quedan sin argumentos.
Sus pasos cambian de rumbo dejando a un lado las luces de los coches para quedarse solos con los anaranjados focos de las farolas. El restaurante se pierde entre callejuelas y es muy fácil pasarlo de largo. Ni siquiera con la ayuda de sus móviles están seguros de dar con él a la primera.
– Piénsalo de esta forma —Laura mira el móvil y le indica la calle por la que seguir—. ¿A ti te gusta que te hagan cambiar de opinión?
– Si me demuestran que estaba equivocado, sí. No gano nada estando equiv…
– Vale, déjame reformularlo: ¿A la gente le gusta que le hagan cambiar de opinión?
– Ah, no. Eso no.
– Pues ahí lo tienes. Con la política, más.
– Ya lo sé, ya, pero…
Laura se para en seco y se queda mirando a su amigo.
– Lo que tienes que hacer la próxima vez es pensar si la persona que tienes delante es una persona madura o un fanático de los que votan a un partido porque siempre han votado a ese partido —nada más terminar la frase le pone una mano en el hombro—. En definitiva, querido Marcos, piensa si esa persona es capaz de entender que todos son unos hijos de puta, porque si no estás perdiendo el tiempo.
Su amigo abre la boca un par de veces para intentar responder pero termina por callarse.
– Y ahora que parece que te he dejado satisfecho, déjame decirte una cosa: el restaurante es ese —señala el siguiente esquinazo—, así que hazme un favor.
– Tú dirás.
– No hablemos de política en toda la noche.
Marcos resopla y mira al suelo. Cuando levanta la vista se humedece los labios con la punta de la lengua y se limita a sonreír y asentir obediente.
– Como tú quieras.
Foto de portada: ©StockSnap
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