El padre nunca tuvo problemas para dormir. Era llegar a la cama y a los pocos minutos quedarse inconsciente hasta que sonase la alarma. Sin embargo ahora, con el pequeño, lo que antes era una costumbre ahora es una coreografía de actividades diarias con el único objetivo de cansar lo suficiente a su hijo como para que caiga rendido y no se despierte en toda la noche. Habitualmente no lo logra, pero cuando lo consigue es una pequeña victoria.
El anciano, que no sabe muy bien en qué momento ha pasado de ser un adulto a ser un viejo, se ha dado cuenta de que cada vez le cuesta más moverse, le duelen las articulaciones más que antes y encima las analíticas bailan fuera de los parámetros recomendados. Él, que nunca se movió, que jamás hizo deporte ni le hizo falta, se encuentra rodeado de un tufo a cloro, con los ojos y las orejas adormecidos por las gafas y el gorro, y armándose de valor se suelta del borde de la piscina y empieza a chapotear para intentar llegar al otro lado. Justo detrás, por si acaso las fuerzas le fallasen en el primer día, su hija sonríe al ver que por fin su padre se toma su salud un poco más en serio. Tras años insistiéndole, ese día cuenta como una victoria.
La chica, siempre cohibida y ahora torpona al estar encerrada en un cuerpo que está creciendo sin control a sus trece años, se enfrenta al potro en clase de gimnasia sin ninguna confianza. Todos sus compañeros lo han conseguido y ahora la miran, algunos compasivos y otros maliciosos. El profesor le anima a que empiece la carrera, y por fin se atreve. No sabe cómo pero de alguna manera llega viva al otro lado de la cabriola, con una mezcla de vértigo, mareo e incredulidad palpitándole en las tripas. Y entonces sonríe, feliz por haberse superado a sí misma.
Esa noche, en casa, el profesor de gimnasia cuenta a su pareja lo contento que está porque todos sus alumnos hayan saltado el potro. Él sabe que su asignatura es poco importante, una maría, y los contenidos poco atractivos para muchos de sus estudiantes, pero tiene que defenderla y lograr que se cumplan los objetivos marcados para el curso. Por eso para él, lo del potro, también es una pequeña victoria.
Y es que las grandes victorias pertenecen a los libros y las películas. En la vida real a lo máximo que podemos aspirar es a mejorar un poco a base de pequeñas victorias.
Foto de portada: ©Pexels
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Exacto!! día a día es una aventura.
Yo antesdeayer me propuse subir al monte más cercano de Santander en bici, ya lo había hecho el año pasado y no recordaba su dureza. Me puse mi uniforme de ciclista, cogí la bici de montaña y a por la aventura, lo viví a subir. No sé si me volverá a dar otra vez esa locura, aunque…. La aventura es la aventura.