— Vamos, Roberto, no me jodas.
— Que hace mucho frío, coño, déjame un poco más.
— Que no, que ya es la hora. Sal del coche de una vez.
En la comarcal CL-512, un poco más allá de la entrada a Tordelalosa, la niebla no deja ver nada salvo las luces del coche patrulla y los bastones iluminados apoyados sobre el capó. A las once de la noche empieza el dispositivo especial de Año Nuevo diseñado por la comandancia, pero Roberto apura dentro del coche todo lo que puede ya que fuera hay dos grados bajo cero y la niebla mete el frío hasta los huesos.
— Mira que aviso al cuartel.
— Al cuartel los huevos —responde Roberto saliendo del coche—. Me cago en el cuartel, en la DGT y en la madre que los parió a todos, Juan. A todos.
— ¡Pero si pediste tú que te destinasen a tráfico! —se ríe su compañero.
— ¡Pero a oficina, coño! Si no llega a ser porque el desgraciado de Millán se pilló la baja yo hoy estaría, como mucho, en un despachito respondiendo a la radio.
— Anda, llorón, toma un café del termo, que está calentito.
La noche transcurre tranquila. No tienen apenas cobertura, por lo que cuando se acerca el momento de tomar las uvas la pareja enchufa la radio y se mete en el coche dispuesta a cumplir con la tradición con los pies calientes. Nadie va a pasar por esa carretera perdida de la mano de Dios justo a las doce de la noche. O eso creen.
— Roberto, espera.
— Déjame, que tengo que sintonizar las uvas.
— Mira, puñeta, que viene un coche.
— No me jodas…
Entre la niebla, dos faros han asomado en el cambio de rasante de la última curva. Un vehículo se acerca lentamente hacia el control.
— Levanta el pirulo, Roberto, que igual no nos ve.
— Como no vea las luces del coche es que está cegato.
— Que levantes el pirulo, coño.
— No, si al final nos perdemos las uvas…
Las luces se aproximan lentamente a su posición sin variar un ápice la velocidad hasta detenerse lentamente a menos de cincuenta metros.
— Vernos nos ha visto.
— Sí, pero se ha parado. Mal asunto.
— Voy a acercarme a ver.
— Yo te cubro —responde Roberto quitando el seguro a la reglamentaria.
En cuanto Juan da un par de pasos las luces empiezan a avanzar de nuevo hacia ellos. Entonces Roberto se da cuenta de algo: la noche sigue igual de calmada que antes. No se oye ni el corretear de una liebre. Ni el ulular de un búho. Ni el motor de un coche. Pero las luces están ya casi a la altura de la pareja.
— Juan, esto me da mala es…
No ha terminado la frase cuando las luces se apagan. No cambian el rumbo ni se van campo a través. Simplemente desaparecen.
— ¿Qué cojones…?
En ese instante, un montón de explosiones manchan la niebla de rojos, verdes y dorados. Los pueblos de alrededor celebran la llegada del año nuevo mientras Juan y Roberto están petrificados en medio de la carretera con la boca abierta.
— Ni una palabra de esto en el cuartel —consigue decir Juan al rato.
— Ni una palabra.
Foto de portada: ©omeWillem
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