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Música

Marcos mira al infinito sentado en la silla de la terraza abanicándose con la mano. Una constelación de brillantes puntitos de sudor juguetea entre las arrugas de su frente mientras echa mano a la gélida Coca-Cola que acaba de ponerle el camarero.

    – Joder qué calor.

    – Y que lo digas.

Laura bebe una cerveza cuya espuma se derrite sobre la superficie del vaso, acogotada ante el enorme calor que hace en Madrid esa mañana.

    – ¿Qué plan tienes para hoy?

    – He quedado con mi hermana. Toca ver una de Harry Potter, la tercera seguramente.

    – Mneh…

    – Ya, ya sé que no te hace gracia.

    – Es que ahí ya se empezó a torcer todo. La cuarta es infame, y de ahí p’alante…

    – Que ya, que ya. Pero al menos la música te gusta.

    – Sí, bueno, eso se salva. Hasta que dejaron de contar con John Williams, claro.

    – Pues ya es algo.

Marcos bebe un largo sorbo y carraspea. Laura, que le conoce de sobra, enarca las cejas sabiendo que a continuación se le viene encima la clásica reflexión filosófico-científica de su amigo.

    – ¿No te pasa a ti…?

    – A ver.

    – La música. Es que es flipante cómo evoca sensaciones, o ideas, o sentimientos…

    – Para eso está.

    – Sí, pero coño, ya me entiendes… Es increíble cómo puede hacerte cambiar de ánimo en apenas segundos.

    – ¿Y todo eso te viene con Harry Potter?

    – Y con otras… pero es que también creo que es algo muy particular.

    – ¿Particular?

    – Sí —vuelve a beber—. Por ejemplo: a mí el temita este principal de Harry Potter me parece triste.

    – ¿Cómo te va a parecer triste?

Laura cambia de posición y se recoloca las gafas de sol chasqueando la lengua.

    – No triste… melancólico. Como que te trae el asunto de que no tiene padres y todo eso.

    – Macho, estás mal. Háztelo ver.

    – Hala, como la música no me hace sentir lo mismo que a ti ya tengo que hacérmelo ver.

    – No, si a mí me parece genial… pero es raro, chico.

    – Prefiero excéntrico.

    – Prefieres una mierda que te comas. Raro. Como un perro verde.

    – Bueno, bueno ­—levanta Marcos las manos—, no te pongas así. Incluso Flanagan tenía su música para masocas.

    – Supongo que cada uno tiene la suya.

    – ¿Cuál sería la tuya?

Laura se detiene un momento y piensa.

    – No te sé decir. Hay muchas que me hacen sentir cosas. Desde bandas sonoras de videojuegos que me traen a la memoria cuando los jugaba hasta canciones que me recuerdan lugares o personas…

    – Es que muchas veces la música es mucho más que la música.

Ella sonríe melancólica, se retrepa en la silla, y termina su cerveza.

    – Por eso la música está en todo, amigo. Porque siempre mejora la realidad.

 

Foto de portada: ©StockSnap

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