Ahí estaba. El cabrón del Montes, el profesor de química. El hijo de puta que nos amargaba la existencia a todos con exámenes imposibles y revisiones aún peores. Mi némesis. Espero no tener que cruzar ni media palabra con él.
La idea del instituto de celebrar el cincuenta aniversario con una gran cena a la que estábamos todos los exalumnos invitados me había parecido una tontería, pero tras darle una vuelta la cosa no pintó tan mal. Llamé a algunos amigos y aquí estamos, pero a alguien le ha parecido bien mezclar en las mesas a exalumnos de distintas promociones y no conozco a nadie de la mía. Hay tres mujeres que rondarán los cincuenta, un chico de cuarenta y otro de treinta y pocos. Y yo, con mis veintiuno, a comerme los chistecillos de estos abuelos que no dejan de parlotear de hijos y recuerdos.
– Yo tres, anda que no ha cambiado la vida…
– …y suspendí cuatro, pero al final en la recuperación me fue mejor…
– …BUP y COU, no como ahora, que pasan sin aprobar…
De pronto, el cuarentón se levanta muy sonriente y se lanza a los brazos de… sí, del cabrón del Montes. ¿Es que con los años se olvida la hijoputez? Menudo abrazo se dan y qué cariñosos se les ve, hay que joderse.
– Esto es lo bonito de volver al instituto, los reencuentros con los buenos profesores.
La frase, que dice sin venir a cuento nada más sentarse, me arranca un bufido del interior de las tripas.
– ¿Montes? ¿Buen profesor?
– ¡Claro! —se ríe el cuarentón—. El mejor que tuve. Daba gusto aprender con él, además era muy cercano y siempre tenía tiempo para nosotros… ¿Por qué te sorprende tanto?
– Porque lo tuve hace dos años y ese al que describes no fue mi profesor ni de broma. Sus exámenes eran horribles, no aprobábamos ni a la de tres, y encima el muy cabrón se reía de nosotros cuando queríamos rascarle algún punto…
– ¡Coño! Pues ese no es el Montes que yo recuerdo, nosotros aprobábamos fácil…
En ese momento el treintañero de la mesa carraspea.
– Puede que yo sepa lo que pasó…
El cuarentón y yo le miramos curiosos, invitándole a seguir.
– A mí también me dio clase Montes, y mi grupo no era precisamente… fácil.
– Te refieres a…
– Éramos unos desgraciados. Le hicimos de todo.
– ¿Tan malos erais?
El treintañero se señala la oreja derecha y la ceja, que tienen varias marcas de pendientes y piercings.
– Aquí donde me veis yo era un quinqui de cuidado. Como todo mi grupo. Montes se cogió una baja a mitad de curso por depresión. Cuando volvió se convirtió en el profesor más cabrón del instituto.
O sea que eso era. El cabrón del Montes en realidad no era tan cabrón. O no lo fue, al menos. Levanto la cabeza y le veo allí, al fondo, con su cabeza de pelo cano y escaso, su nariz grande y sus gafas de patilla fina y metálica. Y entonces me da pena. Seguía siendo el cabrón del Montes, mi némesis, pero jamás volvería a despreciarle como antes de sentarme a aquella mesa.
Foto de portada: ©Pitsch
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