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Los señores que firman

Por mi trabajo he tenido reuniones con muchos. Los llaman testaferros u hombres de paja, pero para mí son los señores que firman. Ya se llamen Juan, Alfonso, Pepe o Federico, todos responden de forma parecida en situaciones y contextos parecidos, y es que en su cabeza sólo hay una máxima: hacer lo que les dicen sin poner pegas y cobrar a fin de mes. Para algo son señores que firman.

Las pintas de todos ellos son bastante similares. Todos trajeados, con relojes caros y sonrisas de autosuficiencia, pero sin rastro de inteligencia en los ojos. Van a las reuniones en representación de alguien, siempre con un discurso aprendido o con la simple instrucción de sentarse y escuchar. Lo único que tienen que hacer es cumplir con su papel y ser leales a la mano que les da de comer. Nada más.

Tampoco es que su rol sea fácil. Los hombres que están detrás de ellos los usan como pantallas por razones en muchos casos ilegales, librándose así del codicioso mar de tiburones en forma de abogados y crápulas que buscan llegar a su riqueza. Por eso los señores que firman han de ser personas lo suficientemente maleables como para aceptar la responsabilidad que sus dueños ponen sobre sus espaldas pero no hacer nada con ella.

Yo los veo en las reuniones y no puedo evitar sentir algo de lástima por ellos. Han elegido una vida fácil, sí, pero siempre al albur de decisiones ajenas a ellos mismos. Vendiendo su dignidad, si es que la tienen, por un fajo de billetes. Tontos útiles, en definitiva, para intereses que superan con creces sus capacidades. Dudo que la mayoría de ellos sepa en lo que se mete cada vez que se les pone un documento frente a las narices para que lo legalice con su firma.

Me los imagino regresando a casa después de un día de reuniones encadenadas a petición de sus dueños, aguantando los halagos envenenados de los abogados enemigos y las charlas posteriores de los de su bando. Me los imagino saludando a sus mujeres, que quizá les quieran o quizá no, en sus chalés en zonas pijas que de otra forma jamás se habrían podido permitir, y me pregunto si contarán con la suficiente inteligencia para darse cuenta de lo limitadas que son sus vidas.

Porque hay gente que es incapaz de ver que vive en una jaula de oro. Porque no tienen la capacidad suficiente para darse cuenta de ello. A veces ni lo saben. Y, si bien es posible que, pese a todo, ellos consideren que sus vidas son plenas dentro de sus jaulas, no deja de provocarme una profunda pena pensar que hay gente que se conforma con vivir así.

 

Foto de portada: ©ElasticComputeFarm

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