– Laura, vente que el niño quiere enseñarnos lo de las reseñas.
– ¿Qué reseñas? ¿Qué dices?
– Las que os dejan en internet, mamá, que desde que pusimos la localización en Google la gente deja su opinión del restaurante.
– ¿Y a mí qué me importa lo que diga la gente?
– Que vengas, coño, que dice el niño que es importante.
Laura se pone las gafas de cerca y se arrima a Alberto, su marido, y Santiago, su hijo. Los tres se asoman a la pantalla del portátil y, con los ojos achinados para ver mejor, revisan el número de estrellas que tiene su pequeño restaurante.
– ¿Qué es eso de cuatro coma seis?
– Es la nota media que da la gente al restaurante. Cuatro coma seis sobre cinco con ciento noventa y dos reseñas.
– ¿Y eso está bien?
– Eso está muy bien.
– ¿Y las puntuaciones malas? Porque habrá puntuaciones malas…
– Ahí las tienes.
Santiago pincha en las reseñas de una estrella y empieza a leerlas.
– Esta es de hace dos semanas. Dice que el cordero estaba demasiado poco hecho, que pidió que se le hiciese más y se le trajo como la suela de un zapat…
– Me acuerdo de ese imbécil —salta Laura—. Un cordero entero que la gente se chupó los dedos y un idiota dijo que estaba poco hecho… ¡Se lo tuvimos que pasar dos veces más porque no le parecía bien nunca! ¿Te acuerdas, Alberto?
– Me acuerdo, me acuerdo…
– Pues eso, que menudo idiota —zanja Laura—. A ver, otra.
– El local está muy bien y la comida estupenda, pero le doy una estrella porque estaba muy lleno y la mesa de al lado era muy escandalosa.
Laura y Alberto se llevan las manos a la cabeza.
– ¿Y eso es culpa nuestra?
– Pues ahí lo tienes…
– Venga, lee otra —hace un aspaviento—. Aunque no sé si me está gustando esto de las reseñas.
– Esta es de hace unos meses… Dice que no se respetaban las distancias y que nadie llevaba mascarilla…
– ¡Como que ya no era obligatoria! ¡Es que esto es la órdiga!
La indignación de los dueños del restaurante iba en aumento conforme su hijo les leía las peores reseñas. Críticas a la decoración se sumaban a la colocación de la vajilla, la altura de las mesas o la falta de permiso para entrar con perros; todo era motivo para poner una estrella a su negocio. Sin embargo apenas había críticas a la calidad del producto o del trato al cliente. Críticas, como decía Laura, de las de verdad.
– Si es que sólo dicen gilipolleces —le corta Alberto—. ¿No se dan cuenta del daño que hacen con esas tonterías? ¿No ven que muchas de esas cosas no son culpa nuestra?
– La gente es así, la plataforma les deja decir lo que quieran y…
– ¿Y nadie mira esas reseñas? ¿Nadie ve que son absurdas?
– No —niega Santiago con la cabeza encogiéndose de hombros—. Supongo que si hay insultos pues las borrarán, pero mientras no se metan en follones pueden poner lo que quieran.
– Pues vaya mierda de sistema.
– Eso mismo iba a decir —apunta Laura a su marido—. Vaya mierda.
– Es el que hay…
– Que les den —zanja Alberto cerrando el portátil—. Y ahora todos a la cama, que mañana a las seis tenemos que estar en pie. Alguien habrá que nos ponga una buena reseña si hacemos bien nuestro trabajo.
Foto de portada: ©athree23
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Magistral, mañana muy fácil de leer y con la miel en la boca, muy buen arranque y cierre.
Muchas gracias Miguel.
Un saludo.
¡Muchas gracias, José Antonio!