Siempre que se acercan las vacaciones de Navidad el aire se agita anticipando la tormenta. Los adultos se miran de reojo como el que mira por la ventana buscando las nubes y los niños alzan las voces y agudizan sus chillidos de alegría. Llega la tía tacones.
Bajo un sombrero de fieltro que agacha su flequillo hasta taparle un ojo, la tía tacones revoluciona a la familia a su regreso para pasar las fiestas. Tan independiente como irreverente, siempre trae regalos para los más pequeños y alguna sorpresa para los mayores: este año entre sus dedos enguantados aparece una larga boquilla con acabados de marfil. Todo un escándalo.
Sus cuñadas la miran con desdén desde el otro lado de la cocina mientras juega con sus sobrinos. Ellas se han dejado convertir ya en señoras, con sus vestidos negros y amarronados, sus canas mal tintadas, arrugas de cansancio y zapatos planos. La tía tacones, en cambio, se mantiene joven pese a tener más de cuarenta años, lleva ropa atrevida, faldas cortas por la noche y afilados tacones sobre los que anda como si fuera descalza. Su alegre forma de vivir no es bien vista en casa.
Todo empezó cuando se fue a estudiar fuera. O cuando decidió irse al extranjero a buscarse la vida. O puede que fuese ese novio que le hizo la vida imposible a los treinta años y que cambió su mentalidad. O no. O simplemente es que ella es así. Que el paso de los años haga que la gente se acabe pareciendo poco a poco a lo que tiene guardado en su interior, aflorando las virtudes y los defectos. Y ahí están los suyos, tanto los buenos como los malos, totalmente aceptados y llevados con gracia y orgullo.
La tía tacones vive por y para disfrutar. No de una manera caótica o autodestructiva, pues no pretende llenar los huecos dejados por parejas fallidas o maternidades inexistentes, sino simplemente pasarlo bien. Por eso utiliza sus vacaciones para irse de gira con un grupo de Funky-Pop que conoció en un festival, se apunta a actividades sin importarle quién irá o sale de vez en cuando a cazar a jovencitos a los que exprimir durante una noche para luego echarles de su dormitorio y olvidar su nombre. Y eso se mira con reservas en su casa.
En la comida de Navidad es la que más ríe, la que más habla y la que más bebe. Como una Marlene Dietrich de extrarradio que no cabe en la monotonía de la vida adulta, ella brilla entre la mediocridad antes de despedirse cuando considera que es el momento de salir. En el baño repasa su maquillaje, analiza su peinado y se recoloca el escote para dejarlo listo para matar. Con una larga gabardina apoyada sobre los hombros reparte besos, emboquilla un cigarro, y sale de casa sacudiéndose las envidiosas miradas con las que algún familiar le apuñala al irse. A la tía tacones le importa bien poco el qué dirán.
Foto de portada: ©Aleks Marinkovic
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Bien…auténtica…por encima de todo.Aplausos por el personaje…ja, ja…
Claro que me ha gustado.
Eres un fenómeno.
Feliz 2024!!!