La plaza del barrio se divide en dos zonas perfectamente diferenciadas. En la primera los niños corretean, hay adultos vigilando, ancianos con perrillos y conversaciones amenas. En la otra, la más alejada de los columpios, están ellos. Son tres, pero pueden llegar a la media docena con normalidad. A veces son jóvenes, otras veces mayores, pero todos tienen la misma mirada agresiva que invita al resto del mundo a mantenerse a distancia.
Suelen ser todos hombres, hay pocas mujeres en ese gremio en el barrio, pero quizá por ello sea una de ellas la que lleve la voz cantante. Cada uno trabaja en lo que quiera o en lo que pueda, pero nunca dentro del barrio. Esas son las normas. Y nadie se atreve a llevar la contraria a la tía Esme.
Es vieja, pero no tanto como para haber perdido la fuerza en la voz. Lleva el pelo recogido con un pañuelo de colores y siempre mira con el cuello torcido a todo el que se dirige a ella. Como si recelara de todos pese a saber que, en esa plaza, ella es la autoridad. Su disfraz para pedir en el supermercado de la esquina le hace parecer desvalida, pero es sólo una fachada. Su astucia le ha servido para medrar en un submundo alegal, y no tiene intención de dejar su lugar a nadie.
Desde su puesto de observación en la plaza del barrio, la tía Esme aconseja, realiza de intermediaria o imparte justicia entre los amigos de lo ajeno que acuden a ella. Incluso media con la policía cuando alguien se pasa de la raya, decidiendo en muchos casos cuándo el crimen merece un castigo por la vía legal o por su mano. Es la potestad que le han dado los años y haberse sabido mover con soltura entre las dificultades.
En el barrio la conocen bien y por eso procuran mirar hacia otro lado cuando está en su esquina de la plaza maquinando nada bueno con sus acólitos. Por una parte porque es mejor no meterse en problemas. Pero la razón más importante es que cualquier vecino ha oído alguna vez la norma de la tía Esme, que en el barrio no se trabaja, y por eso la zona es tranquila y pueden pasear por sus calles con normalidad.
Vivir junto a la guarida del lobo tiene sus ventajas cuando se sabe que no caza en las inmediaciones. Y es que, como acostumbran a susurrar los vecinos del barrio al ver a la tía Esme rodeada de maleantes en la plaza, cuanto más cerca del peligro, más lejos del daño.
Foto de portada: ©falco
¿Te ha gustado el relato?Deja tu opinión en un comentario o si lo prefieres cuéntamelo en Twitter o Instagram. Y si quieres más puedes descargarte mis libros Confinados y Un día en la guerra totalmente gratis en esta misma web. ¡Disfruta de la lectura! |