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La manifestación

Hay banderas, muchas banderas. De diferentes tamaños y formas, unas con la clara estampa de la profesional fabricación en serie y otras hechas en casa. Ahí se nota quiénes son los que pertenecen al grupo organizador y quiénes van de por libre. Es casi divertido ver cómo los colores cambian de unas a otras, convertidas en una especie de bosque en el que los palos que las portan las llevan ondeando a distintas alturas. Y debajo, a sus pies, centenares de personas marchan en la manifestación.

También hay mensajes escritos con idea de calentar los ánimos pero que en realidad únicamente sirven de reclamo para las fotos. Frases cortas, de apenas tres o cuatro palabras, rimas graciosas, insultos… se aprecia la creatividad y la gracia de cada manifestante tanto al elegir léxico como al plasmarlo en el lienzo que pasean por las calles de la ciudad: desde elaborados grafitis llevados entre varios amigos hasta minúsculas letras recortadas de revistas pegadas a un folio. Todo vale para mostrar el descontento de la población.

La tercera pata de la manifestación son los cánticos, que como los mensajes escritos también difieren en gracia y creatividad. El ritmo juega también un papel especial aquí, pues deben ser pegadizos, fáciles de seguir y, sobre todo, deben tener mala baba. A nadie le interesa un párrafo elaborado, la gente quiere algo directo, sencillo y contundente. Y si incluye insultos, mejor. Porque esa es otra de las cosas que se buscan en la manifestación: descargar. Unir en un solo grito a todas las personas que, hartas de ponerse de los nervios al ver las noticias, por fin tienen la calle entera a su disposición.

La convocatoria es un éxito, con cientos y cientos de personas abarrotando la ciudad, y precisamente por ello surge a su alrededor un ecosistema de negocios. Por un lado se puede ver a un hombre de tez morena sonriendo con un montón de banderitas bajo el brazo para que ningún despistado se quede sin algo que agitar mientras grita. Por otro, unas chicas venden botellas de agua fresca que no tienen pinta de salir de un sitio aprobado por un inspector de sanidad. Así, el grupo de buscavidas flanquea constantemente a la masa como si de una caravana comercial se tratase; siempre habrá gente avispada capaz de ver oportunidades de negocio hasta en el lugar más extravagante del mundo.

Cuando la marcha termina llega el momento de la concentración, lo que siempre altera los ánimos y da lugar a las situaciones más rocambolescas. Como ese hombre bajito y malcarado que durante toda la manifestación ha elucubrado los cánticos más insultantes y ahora responde a todo el mundo que le pide pasar con un “cariño” o un “amor”. O ese grupo de amigos que, convencidos de la importancia de protestar en la calle, comentan al que va en cabeza que pare en el primer bar que encuentre abierto. Porque la lucha es importante, pero tomarse una cerveza también.

Faltando media hora para que la convocatoria venza es cuando las cosas se empiezan a ir de madre. Donde antes había ancianos o jóvenes protestando al unísono empiezan a aparecer grupos con caras tapadas por capuchas y pasamontañas. Es el momento en el que los antidisturbios se ponen los cascos, informando a los que saben de qué va la cosa de que la carga es inminente. Pase lo que pase, los que fueron desde primera hora de forma pacífica y sin armarla, se irán para casa con la conciencia tranquila.

 

Foto de portada: ©Ben Kerckx

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1 comentario en «La manifestación»

  1. Pues si, todos con la conciencia muy tranquila por haber ejercido su derecho a manifestarse.
    Lo importante es la cerveza, para suavizar la garganta con tanto grito.
    Me ha gustado tu relato.

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