Era ya de noche cuando la gente se arremolinó alrededor del nuevo edificio luciendo sus mejores galas. La inauguración del auditorio lo merecía. El único rastro de las interminables obras era el enlodado que rodeaba la puerta principal: una ciénaga de tierra y polvo de yeso, ladrillo y hormigón que las lluvias de la mañana habían convertido en un laberinto imposible para los tacones de las damas. Nada que un buen felpudo una vez cruzado el umbral no pudiera solucionar.
Los ujieres, vestidos con sus relucientes uniformes nuevos, recibían las entradas con la sonrisa del que sabe que inicia un nuevo capítulo en su vida. Todo eran buenos modos y oropel, todo acorde a la insigne ocasión.
El foyer del edificio maravillaba con su altura, con sus suelos de granito y el papel pintado de las paredes recién puesto el día anterior. Las barandillas habían sido repulidas para dar paso a manos enguantadas que se apoyaban en ellas ascendiendo por los tres pisos hasta las butacas, con todo el mundo deseoso de ver cómo había quedado el interior de la sala.
El calor de los focos iluminaba el parqué del escenario, que rodeado de butacas era contemplado con reverencia por los recién llegados. Las butacas olían a nuevo y eran muy cómodas, mullidas al no haber sido utilizadas aún. Incluso el aire de la sala, ese gigantesco espacio sin ventanas, parecía haber sido traído de alguna fábrica para ser inspirado por primera vez por los asistentes al concierto inaugural.
Tras la llegada de las autoridades y las fotos oportunas, los músicos subieron al escenario acompañados por un magnífico aplauso. Después, los solistas y el director saludaron al público recibiendo una ovación todavía mayor. La inauguración del auditorio estaba a punto de comenzar.
Dos horas más tarde los ecos de la música acompañaban el movimiento de las pieles y las perlas, de los trajes, las corbatas, los sombreros y los guantes. Todo el mundo elogiaba la acústica del espacio y la buena mano del arquitecto, que sonreía orgulloso con su mujer colgada de su brazo. La orquesta abandonaba el escenario siguiendo el paso marcado por los solistas y el maestro por las grandes puertas que daban acceso a los pasillos interiores del auditorio. A las entrañas de la bestia.
Un montón de plásticos y cartones de embalaje recibían a los músicos. Allí sus fracs se mezclaban con los monos de los operarios que seguirían trabajando durante semanas en esos corredores. El calor de los focos se convertía en un frío polar al no estar listo todavía el sistema de calefacción de esa parte del edificio. Las pulidas maderas de las butacas eran aquí sillas de tijera, el ascensor no funcionaba y la única forma de llegar a las oficinas era una rampa de hormigón por la que subían y bajaban carretillas repletas de materiales.
No había muebles ni comodidades para los trabajadores del nuevo auditorio, pero la inauguración había sido un éxito. El público había quedado satisfecho. Ellos, en cambio, podían esperar.
Foto de portada: ©Desconocido
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