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La iglesia

En lo alto, los pináculos, serios, duros y enhiestos apuntando al cielo como el dedo de Dios. Allí está la gloria de la Iglesia, siglos de destreza de canteros consagrados a encontrar las imágenes que la piedra dura esconde a ojos de los no versados en el arte del cincel y el martillo. Las gárgolas, cresterías y voladizos canalizan el agua de lluvia en decenas de chorros que esquivan los nidos de las aves, únicas en la Creación capaces de despegarse del suelo y volar libres en el firmamento. Arriba del todo la veleta de más de un metro observa con soberbia la ciudad rematada por la cruz.

Más atrás, el cimborrio, más bajo que la torre, con lujosas  ventanas en forma de óvalo. Sin duda el templo debió de costar mucho tiempo y dinero, pero por suerte la Santa Madre no escatima en gastos cuando se trata de crear un lugar de oración para los feligreses.

Más abajo están las vidrieras, recientemente restauradas para dotar de un mayor colorido al interior del edificio. Refulgen por el día con los rayos de sol y por la noche con la iluminación que realza las formas de la iglesia. En los cristales se pueden ver preciosistas imágenes de Cristo en la cruz, la Virgen o el Nacimiento, todas ellas rodeadas de ángeles y coros celestiales de gran detalle. Un lujo para la vista.

Al descender la marada, la mirada serena de una Inmaculada anuncia el ángulo superior de la puerta central: una enorme mole de madera con decenas de ribetes de bronce oscurecidos por los años cuyo arco está tan recargado como los pináculos del tejado. Los motivos vegetales y los santos se entrecruzan para servir de sustento a San Pablo y San Pedro, que censuran con la mirada a todo aquel que se atreva a cruzar el umbral. Los cuatro apóstoles, dos a dos en la pared, aumentan la magnificencia de la fachada.

En el suelo, los siete escalones que elevan todavía más el templo del nivel de la calle brillan bajo los focos en la noche. Son blancos y parecen mucho más limpios que el suelo que los rodea.

Todo en la fachada de la iglesia es muestra de poder y belleza en honor y gloria a Dios. A su mensaje. A su credo.

Todo salvo el bulto gris y sucio que tirita moribundo como cada noche al no tener ningún sitio donde cobijarse del frío invernal.

 

Foto de portada: ©Couleur

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