Después de leer atentamente tres de los grimorios más gordos que hay en esta biblioteca demoníaca todavía no he encontrado nada que pueda servirme. Decenas de hechizos, revelaciones heréticas, falsas predicciones, pecados inconfesables… todo menos algo que me acerque a recuperar mi alma.
De pronto noto cómo, entre la ceniza que cubre todo, Lujuria y Vago se acercan temblorosos y se ponen a mi espalda.
– ¿Qué ocurre?
– Que ya vienen.
– ¿Quién viene?
Fracaso y Blasfemo corren también hacia mi y se hacen una bola con sus dos compañeros.
– ¡Protégenos, creador!
– ¿De qué os tengo que proteger?
Temblequeando con los ojos entrecerrados, Blasfemo alza su brazo hacia la oscuridad sin poder emitir palabra. Es entonces cuando los veo. Altos, delgados, caminando lentamente con unas velas negras entre sus manos esqueléticas que de alguna forma les iluminan con una luz oscura y tenebrosa. Forman una hilera larga por parejas e incluso a mí, que estoy preparado para enfrentarme al Mal en todas sus formas, su visión me eriza el pelo de todo el cuerpo. Los reconozco al instante: son la Estantigua. La Hueste de Ánimas. La Güestia. La Santa Compaña.
Me levanto tan rápido como puedo con mis demonios a la espalda e intento huir tropezando entre las cenizas que cubren el suelo. Doy grandes zancadas, corro incluso, pero es inútil: los pasos cortos e impasibles de la procesión consiguen dar conmigo y sin saber cómo me veo rodeado de espíritus que me observan desde sus rostros invisibles.
En un acto desesperado saco la cruz de plata que cuelga de mi pecho y la alzo como si eso fuera a parar a esos seres diabólicos que parecen a punto de acabar conmigo. Las leyendas dan muchos remedios contra la Estantigua, pero dudo que en el Infierno sirvan para algo. Lo que estoy viviendo no es un cuento para asustar a los niños, es la realidad. Mis demonios han desaparecido de mi lado, desvanecidos ante la inminente desaparición de su creador. Con mi último suspiro mascullo un rezo y me pregunto qué destino le tendrá guardado Dios a los hombres que han perdido su alma.
El terror me puede y caigo de rodillas. Mis ojos se apagan. Noto el frío de los espectros cerrándose sobre mí. Su hálito fétido susurrando la muerte en mi oído. Estoy listo para partir. Ya es hora.
– ¡Es mío!
Esa voz… conozco esa voz. Alzo la cabeza y veo cómo los espectros se retiran de mi lado abriendo camino a una figura que aparece ante mis ojos llorosos. No necesito la vista para saber quién ha venido en mi ayuda. El olor dulzón que embota mi mente es suficiente para hacer que mi corazón recupere su ritmo habitual antes de acelerarse de nuevo al notar esa piel gris y caliente acercarse más de lo debido. Si tuviese saliva en la boca tragaría varias veces para intentar sosegarme.
– Hola, exorcista —habla de forma sensual con su boca perfecta casi pegada a mi oído—. ¿Me has echado de menos?
El súcubo ha regresado.
Foto de portada: ©Pexels
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Joder que acojone, todavía me late el corazón revolucionado. No sé esta noche si no me saldrá la santa compaña en la cama.
Me has vuelto a sorprender.
Un abrazo.