Vivo en una casa con una puerta roja y dos ventanas a los lados. Es blanca y antigua, de esas que se hicieron en su día en los ensanches de las ciudades para que hasta los más pobres pudieran permitirse un hogar digno aunque fuese lejos del centro. Tiene salón, cocina y baño en el piso principal y dos habitaciones y otro baño en el superior. Para los que hayáis tenido una infancia como la mía bastará deciros que es muy parecida a la casita del cuento de Disney.
Lo curioso de mi casa es el sótano. Es una estancia pequeña, fresca, con techo bajo y asaeteada por gruesos cimientos. Lo que es un sótano, vamos. Colgando del techo hay una bombilla que da luz a la estancia colgada de un cable que se pierde por un hueco del tamaño de una moneda. Y es ese agujero el que hace interesante a mi casa, porque cada cierto tiempo caen por él gotitas de agua que resbalan por el cable y se estrellan contra el suelo.
Cuando lo vi por primera vez no le di importancia: un pequeño goteo puntual en una casa tan vieja como esta es hasta normal. Puse un barreño debajo, cerré la llave del agua y busqué la fuga. No soy precisamente un manitas, así que tuve que llamar a un fontanero para que echase un vistazo a toda la fontanería para encontrar la cañería dañada. No hubo manera. El tipo vino, revisó todo y me dijo que la instalación estaba perfecta. Sin embargo bajamos al sótano y ahí estaban las diminutas gotas cayendo acompasadamente del techo.
Unos días antes de que se produjese la gotera habían empezado a hacer obras frente a mi casa, por lo que les pregunté a los operarios si habían pinchado una tubería o algo así. Tampoco hubo suerte, ellos no habían sido. Lo extraño fue que cuando terminaron la reparación la semana siguiente se terminó el problema: no hubo más gotas en el sótano.
El fenómeno no se volvió a repetir hasta que cambié la compañía de teléfono y el técnico que vino a instalar la nueva línea tuvo que hacer algunos agujeros en las paredes. Después de que se fuera bajé al sótano y me encontré la dichosa gotera cayendo, plic-plic-plic, en el suelo. Tardó dos días en parar. Lo mismo ocurrió cuando hice la reforma del baño, cuando arranqué las malas hierbas del jardín e incluso cada vez que cuelgo un cuadro. No hay reparación que haga a mi casa que no termine en un charquito en el sótano. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que mi casa no tiene una gotera imposible, sino que mi casa llora.
Lo sé, es una locura, pero son demasiadas veces ya que por el agujero del sótano caen gotitas pequeñas y siempre coincide con algún agujero en una pared, cambio de suelo o renovación por pequeña que sea. Bueno, casi siempre. El verano pasado me llamaron por teléfono diciéndome que el cáncer ganaba la batalla y mi madre no pasaría de esa noche. Corriendo bajé al sótano para coger la maleta y me encontré con que la gotera había regresado: las gotas que resbalaban por la bombilla acompañaban a mis lágrimas.
Desde entonces tengo claro que mi casa no tiene una gotera que aparece y desaparece. Mi casa llora.
Foto de portada: ©Pexels
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Que bonito!!!!
Me ha gustado mucho.
Un abrazo