fbpx

La casa de las brujas

Cuando la última campanada que marca el cambio de año suena, todo es alegría en las casas del valle. La montaña parece inmutable ante las luces de la aldea, donde decenas de personas empiezan a salir a la calle apartando la nieve acumulada durante el día. Ya no hay nubes y la luna les ilumina celebrando con ellos el nuevo año mientras caminan hacia la parte alta del pueblo, junto a la iglesia, deteniéndose en medio del camino. Un hombretón fuerte de rasgos tan duros como su gesto arrastra un mono de trabajo lleno de paja y astillas de haya. Alzándolo sobre su cabeza mira al público que se ha reunido a su alrededor y a su señal lo tira al suelo recibiendo un fuerte aplauso. Después pide una tea y con cuidado hace arder las cuatro extremidades del muñeco, que pronto es tomado por dos mozos para airearlo y que las llamas cojan fuerza. Tras dos o tres carreras arriba y abajo de la cuesta, el Erre Puierre está listo.

Los primeros en saltar el muñeco son los dos mozos que han avivado las llamas, intentando impresionar a las chicas con vistosas cabriolas que hacen que los más viejos les dediquen sendos reproches. No obstante la censura dura lo que un parpadeo, y una cancioncilla empieza a resonar en todas las gargantas de la comunidad: Erre pui erre, urte zaharrari ipurdia erre. El único que no se une a los cánticos es un anciano que ha visto mucho a lo largo de su vida y que recita su propia letanía apoyado en su bastón. Sorginak iristen ari dira, musita. Las brujas están llegando.

A los dos mozos les siguen por turnos las parejas, haciendo cola para dejar atrás trescientos sesenta y cinco días con todo lo malo que trajeron y recibir al nuevo año y lo bueno que venga con él. Cuando la fuerza del fuego decae se animan los más pequeños, algunos ayudados por sus padres y otros superando sus miedos al cruzar de un brinco la barrera de humo que les irrita los ojos.

Sólo hay algarabía y gozo alrededor del Puierre, con el porrón de vino saltando de mano en mano, cuando de pronto una corriente de aire frío hace que todos vuelvan las cabezas preocupados. El lomo de los perros se eriza y la luna resalta los escalofríos que recorren algunas espaldas. No es el frío lo que encoge el corazón de los pobladores del valle, sino el quedo susurro que le ha acompañado. Una voz de la que han oído hablar muchas veces y que nada bueno presagia.

Abandonando los rescoldos del muñeco en medio del camino cada familia se dirige con prisa a su morada atrancando las puertas con gruesas barras de hierro. Las mujeres y niños se van a la cama después de matar todas las luces para no delatar sus ojos escrutando la noche desde las ventanas. Sólo los más valientes se mantienen tras las cortinas oteando los aledaños de la aldea. Todos con los ojos fijos en un punto, allí a lo lejos; el lugar desde el que ha venido la gélida ráfaga de viento que había puesto fin a la fiesta.

Ni el Erre Puierre aguanta encendido ante el frío susurro que recorre los campos procedente de la única loma a la que ni la luz de la luna se atreve a llegar. Allí está un dolmen más antiguo que cualquiera de las aldeas que se ven en la falda de la montaña. Nadie sabe quién lo construyó, pero las leyendas dicen que era la morada de unas malvadas brujas. De ahí su nombre: Sorginetxe, la casa de las brujas.

No hay nadie en el cerro, sólo Sorginetxe con sus misteriosas piedras colocadas por una mano desconocida. Una de las rocas es más pequeña que las otras, formando una especie de ventana por la que sale una fantasmagórica luz que no viene de ninguna parte.

Y entre esa luz se puede apreciar una encorvada silueta asomada, susurrando cada vez con más claridad:

Erre pui erre, urte zaharrari ipurdia erre.

Erre pui erre… Sorginak iristen ari dira.

 

¿Te ha gustado el relato?

Deja tu opinión en un comentario o si lo prefieres cuéntamelo en Twitter o Instagram.

Y si quieres más puedes descargarte mis libros Confinados y Un día en la guerra totalmente gratis en esta misma web.

¡Disfruta de la lectura!

 

2 comentarios en «La casa de las brujas»

  1. Muy chulo! Las historias que van a las leyendas escondidas en la cultura popular tienen un sabor tan especial…. Son algo familiar, las hemos escuchado ya…. Pero siguen transmitiendo la misma sensación de cosquilleo inquieto cada nueva vez que se escucha.
    Muy bonito, extensión perfecta y de contenido precioso e inquietante! Top!

    Responder

Deja un comentario