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La bocazas

¿Qué tal con tu padre? Ah, claro… Pues a ver si vuelves a decir eso de que conduce tan bien…

Entre todos los ruidos, soniquetes, crujidos y cuchicheos del metro, justo se había puesto a hablar a mi lado la mujer más ruidosa del vagón. No podía moverme porque era hora punta y la Comunidad de Madrid, preocupada ante la alarmante falta de gentío en los trenes, había ajustado las frecuencias para que el llenazo fuese constante. Genialidad sin duda propia de una mente preclara como la de un ingeniero aeroespacial, un probador de toboganes acuáticos o un plañidero profesional. Que ojo, hay que tener mucho arte para llorar de forma creíble en el entierro de un inspector de hacienda.

Iba con el morro torcido a cuenta de la bocazas cuando dijo algo que cautivó totalmente mi atención.

No, si además de operado, al final acabas tirado en una cuneta.

Aquello captó mi atención de manera instantánea. Con un poco de suerte iba a escuchar una media-narración memorable, con una media-trama llena de medio-suspense y peligros medio-acechando en cada frase. Digna de medio-Hollywood. Huelga aclarar que digo medio porque sólo escuchaba la parte de la conversación de la bocazas, y claro, la otra media tenía que crearla gracias a mi imaginación. En mi mente ya aparecía un pobre muchacho recién operado de algo importante como un cáncer o fimosis haciendo requiebros por mantenerse agarrado a la guantera mientras intentaba dar el parte a su sufrida madre (porque intuí que la bocazas era su madre) al tiempo que su padre, a todas luces mal conductor, derrapaba por alguna rotonda de Aluche cual poligonero en plena carrera nocturna.

Bueno, ¿y tanto pa eso? Pa eso no me llames, y menos con tu padre conduciendo…

Nuevo giro de guion (y reafirmación de que el padre era un peligro al volante). Iba a resultar que a la preocupada bocazas le importaba tres pepinos el motivo de la llamada. En realidad lo que quería era que el muchacho operado hiciera de buen copiloto. Como si frente a un volantazo del padre que llevase al inminente choque pudiera hacer algo más que decir “por ahí no es”.

Bueno, ya que estamos te cuento…

Espera, Maricarmen, que la cosa seguía. Que estaba yo por sacar el móvil y grabar la medio-charla. Que prometía más que un político en periodo electoral.

Al final la abuela se apuntó a la media maratón… Con sus ochenta y ocho años… ¡qué valor!

Eso dije yo para mí, ¡qué valor! Casi le doy una golpecito camaradillesco al caballero que me estaba metiendo su axila en el cogote para ver si él también estaba escuchando. Entonces fue cuando, en plena ola de excitación, la cosa se vino abajo.

Bueno, pero… ¿oye? ¿Hola? ¿Me oyes? No, yo a ti no… La cobertura falla…

Y así fue como la conversación cesó dejándome ansioso de saber más de esa anciana corredora, de ese conductor imprudente y sobre todo del pobre amputado (fimosis, amputación, ¿qué importa? la imaginación puede con eso y con más) que en cualquier momento llamaría a la bocazas desde una cuneta.

Menos mal que faltaba poco para mi parada, porque si no el aburrimiento habría sido mortal (o algo peor).

 

Foto de portada: ©mintchipdesigns

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