Desde niños ya apuntaban maneras, pegando a sus compañeros para quitarles el bocadillo en el recreo. Los dos podían pasar por alumnos de cursos superiores, con brazos largos y fuertes, lo que les brindaba una superioridad física apabullante. Estos son dos hijos de puta, solían comentar los profesores entre ellos, pero al ser huérfanos no podían hacer otra cosa que rezar porque su tiempo con ellos fuese lo más corto posible.
Los animalillos eran sus víctimas favoritas, mutilando, empalando o desmembrando ratas, palomas, gatos e incluso el perro del vecino. Parecía que la maldad corría por sus venas con la naturalidad con la que corre la sangre por las del resto de las personas, volviéndoles más crueles y más salvajes con los años.
El instituto les ofreció la posibilidad de desarrollar su faceta más despreciable, disponiendo de tiempo de sobra para planear sus fechorías sentados al fondo de la clase. Nadie estaba a salvo: bajaron los pantalones al profesor de inglés y dejaron desnudo a un compañero colgando su ropa por las farolas del patio. Su hijoputez no conocía límites.
Después de aquello su nombre pasó a ser conocido por toda la ciudad, causando estragos por doquier. Los dos hijos de puta, riéndose como posesos, abusaban de todo y de todos con total impunidad. Pronto los peores tugurios se convirtieron en su hogar, y prostitutas, drogadictos y demás ralea en su cohorte. Por las noches se emborrachaban con licor barato y la tomaban a puñetazos con cualquiera que cruzase la vista con ellos.
Con el tiempo se convirtieron en inquilinos asiduos del calabozo, alternando reyertas con hurtos y malas compañías con peores; siempre en el límite de lo que supondría un periodo largo en la cárcel gracias a contar con el mejor abogado que el dinero podía pagar. Eran dos hijos de puta, pero no eran tontos.
No tenían amigos ni los necesitaban. Se tenían el uno al otro y eso era suficiente. Los dos contra el mundo en una guerra constante por su supervivencia. La sociedad los apartaba y ellos, en venganza, buscaban parasitar todo lo que necesitaban para salir adelante. Por eso nadie pudo dar crédito al ver, cuando en medio de la guerra el orfanato fue bombardeado por el enemigo, que ellos dos fueron los primeros en entrar en el edificio en llamas salvando la vida a los quince niños que habían quedado atrapados dentro. Demostrando que, por increíble que pareciese, hasta unos hijos de puta como ellos podían tener su momento de redención.
Foto de portada: ©FreeCreativeStuff
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