Me he cruzado con él varias veces en ambas plantas del supermercado, y no puedo evitar que su figura se me quede en el rabillo del ojo. Que yo soy lento para comprar, lo admito, pero es que lo de este hombrecillo se lleva la palma.
Suelo fijarme en la gente, me parece un buen entretenimiento cuando tienes que ir a sitios aburridos como la consulta del médico o a hacer la compra, pero normalmente me olvido de ellos con rapidez. Supongo que a todos nos pasa: situar a ese señor tan alto, la chica guapa o los niños revoltosos es más fácil que a cualquier anodino cliente que pasa por tu lado. Pero repito: es que lo de este tipo se lleva la palma.
Ya no es sólo el hecho de que me lo haya cruzado varias veces; es su andar cansino, su mirada perdida y sus pintas. Porque vaya modelito me lleva el señor: pantalón de chándal viejo con deportivas a juego, jersey de punto rojo y un chaquetón oscuro que tiene pinta de haber visto muchos inviernos. Casi tantos como su dueño, que si no ha cumplido los setenta poco le debe de faltar. Y para remate de fiesta, unos cascos de los que daban en su día en el autobús, con el logo desdibujado en el auricular y una diadema metálica planchándole los pocos pelos blancos que le quedan en la cabeza. Conectado a un walkman, diría yo en vista de cómo el bolsillo en el que se esconde el cable se hunde mucho más que su gemelo. Un cuadro, vamos.
Cuando termino por fin de llenar el carrito y voy camino de la caja vuelvo a toparme con el hombrecillo, esta vez en sentido contrario, y me paro a un lado parar verle pasar. Me surgen dudas cuando veo el rictus de su rostro, que no sé definir si es triste o resignado. ¿Estará solo en el mundo? ¿Estará esperando a su hija que se ha retrasado y por eso vaga por los pasillos como si fuese el fantasma del supermercado? ¿O quizá no aguanta más el estar encerrado en casa con su mujer y por eso prefiere vagabundear entre ofertas de carne picada y mallas de cebollas antes de bajarse al bar con la compra en el carrito y tomarse un chato de vino?
Pasa a mi lado y al seguirle con la vista me topo con los ojos del segurata, que debe de estar preguntándose lo mismo que yo. Nos miramos por un instante y tras señalarle yo con la cabeza al hombrecillo el otro se encoge de hombros y sigue la ronda. Yo hago lo propio: me giro hacia la caja en la que hay menos gente y me olvido para siempre del fantasma del supermercado.
Foto de portada: ©ElasticComputeFarm
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