Todas las miserables mañanas lo mismo: Un culo a mi derecha, un culo a mi izquierda y un culo delante. Los tres a la altura de mi cara. Estupenda forma de iniciar el día en el metro.
Entre las piernas llevo la cartera con los documentos para el trabajo, apartada de la multitud en un vagón que está a rebosar. No quiero que la pisen y luego el jefe se cabree.
Hileras de personas en cada parada buscando el cobijo del suburbano en una bacanal de rostros enmascarillados que se restriegan los unos a los otros al menor frenazo.
Que esa es otra, el conductor qué se habrá tomado, porque…
Hala, ya está la gorda arrimándome el pandero más de lo debido a la cara. Como le de por soltar lastre me lo voy a comer entero. Por fin le encuentro utilidad a la mascarilla.
Paramos y se abren las puertas. Ahora un fulano va y pide limosna. ¿No ve que no podemos ni movernos? ¿Cómo puñetas vamos a darle algo si no podemos ni rascarnos la nariz de lo lleno que va esto?
El desayuno me repite en el estómago como si hubiese comido agujas de coser. El café recalentado y las dos tostadas requemadas me están haciendo trizas las tripas. Joder. Como me de un retortijón esto va a ser fantástico.
Y otra vez la gorda perdiendo el equilibrio. Menos mal que ahora la curva es en otro sentido y ha apuntado su arma de destrucción masiva a la chica que tengo enfrente. A juzgar por el fruncimiento de sus cejas opina lo mismo que yo del bamboleo de carnes que amenaza con caérsenos encima en cada giro.
Los culos de los laterales parecen inquietos: no sé si van a bajarse en la próxima parada o es que van a disparar. Mañana me vengo con doble ración de mascarilla, que lo de coger asiento en el metro a estas horas es jugarse la vida.
A saber cuántos eructos, pedos y cosas peores se estarán escapando ahora mismo. Llevo pensándolo desde que he conseguido sentarme: el asiento estaba caliente. Demasiado caliente. Además el tipo que se ha levantado tampoco parecía el hombre más limpio del mundo. Un hombre que ya de buena mañana tiene aspecto de guarro no puede ser buena persona.
El aliento me huele fatal pese a haberme lavado los dientes antes salir de casa. ¿O es la mascarilla? ¿O el metro? ¿O la gorda? Igual es que de normal olemos así de mal pero no nos damos cuenta. Aquí la mascarilla falla.
Paramos otra vez y entre la nube de brazos que traquetea sobre mi cabeza veo que me faltan tres paradas. Parece que hoy sí llegaré a tiempo al curro.
La luz parpadea tres veces y luego sigue luciendo como si nada. ¿Y a aquella anciana no le va a ceder nadie el asiento? Si es que nos vamos a la mierda…
Foto de portada: ©Manolo Franco
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