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En el descansillo

La araña gigantesca que sale corriendo por la pared al accionar el interruptor de la luz no es un buen presagio. Tú también lo has notado, lo veo en la mirada palpitante que dedicas al portal como esperando encontrar cien animales igualmente negros, grandes y peludos estudiándote con sus maliciosos ojos desde el techo. La puerta rechina sobre sus goznes al cerrarse con un chirrido que te pone los pelos de punta. ¿En qué momento el aire del recibidor se ha vuelto un hálito denso e irrespirable?

Vuelves tu vista hacia el lugar por el que la araña ha huido pero ya no la ves. La pared es lisa hasta encontrarse con el techo; no ha podido esconderse en ningún lugar y sin embargo no está. ¿Fruto de tu imaginación, quizá? Sabes que no. Que has podido percibir los repugnantes pelos de su abdomen y el crepitar de las patas al escapar. Algo raro ocurre en tu edificio, tan extraño y a la vez tan real que casi puedes olerlo.

Tragas saliva y te pasas la mano por el pelo. Es un gesto muy propio de ti, de cuando comienzas a agobiarte y el paso de tu corazón tropieza saltándose un latido. Con las llaves en la mano caminas por el corredor desconchado de blanco y gotelé hasta el ascensor, que se abre misteriosamente antes de que tu mano roce el botón. No hay luz en la cabina, en la que ves el reflejo de tu rostro iluminado por las luces del descansillo deformándolo en una grotesca máscara que te eriza el vello de la nuca. No vas a entrar ahí: son sólo tres pisos hasta tu hogar, cincuenta y tres escalones separados por dos pasillos. Ya lo has hecho otras veces.

Observas por la ventana que se ha hecho de noche muy rápido. Al llegar todavía estaba atardeciendo, pero ya no hay ninguna luz en el cielo y la calle está completamente vacía. Te asomas para ver cómo las sombras de los árboles se zarandean amenazadoras sobre las aceras y la decoración de los comercios brilla de naranja calabaza y blanco hueso mezclados con luces de navidad. Zombis y sangre, lápidas y esqueletos, árboles y Papás Noel; una extraña combinación fruto de los tiempos que vives; tiempos estúpidos, piensas, cuando la araña del portal aparece de nuevo pateando por el cristal en dirección a tu rostro.

Las paredes corean tu grito restallando en el silencio mientras corres escaleras arriba.

La luz se apaga en el segundo tramo del camino haciéndote trastabillar hasta el punto anaranjado del interruptor en la pared. Notas algo a tu espalda, una especie de comezón en la parte de atrás del cráneo. Por un instante las bombillas lanzan un chispazo que te permite ver el letrero dorado con el número dos, pero al momento regresa la oscuridad inundando todo. Pulsas varias veces el botón y nada, y además el móvil no tiene batería. Te resignas a tantear los escalones restantes esperando no toparte otra vez con la araña; la promesa de encerrarte en la cálida seguridad de tu hogar te anima a avanzar rápido.

Aún no has dado un paso y entonces lo escuchas. El siseo. Las voces. Golpes y llantos. Algo pegajoso y blando moviéndose al otro lado de la puerta. De la puerta del piso que lleva vacío desde antes de que tú te mudaras al edificio. De la puerta que nunca has visto abierta. De la puerta cuya cerradura cruje al entornarse anegando el lugar de un tufo pastoso y acre que embota todos tus sentidos.

Notas el frío del sudor por tu espalda y en las palmas de las manos, pero no es ese frío el que sofoca tu voz. Es el que sube por tu pierna, ascendiendo por tus tobillos pernera arriba congelándote la piel en su ascenso. Intentas huir pero ya es tarde. Tus piernas no responden y la humedad de ese frío llega hasta tu cadera. Caes al suelo con las primeras lágrimas asomando a tus ojos cuando una sombra fofa arrastra sus tentáculos hacia ti entre tinieblas. Ya no hay ruidos en la casa vacía; ni en el descansillo; ni en tu mente. Tan solo el gemido quedo de tu cuerpo al perder el sentido vencido por el horror.

Nada pasará ya en el pasillo hasta que te encuentren mañana. La noche seguirá tranquila, la puerta cerrada, los ruidos silenciados. Y contra la pared, caída como un amasijo de ropa dejada de cualquier manera, tu carne muerta.

 

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