Decirse primero que escribo estas líneas sin esperanza alguna de que haya quien las lea. Para decir la verdad poca elocuencia basta, mas ruega el que escribe, si hubiese quien encontrase este pliego, perdone las faltas de un marinero que apenas supo escribir y que si agora es escribiente es por necesidad y no por gusto. No cuento con la inspiración de los antiguos filósofos ni verbo de evangelista, pero algo leí en otro tiempo y quizá el tino sobrevenga a la ignorancia.
Quince hombres quedamos de la marinería de la San Lesmes, nave que dio vela a veinte y cuatro días del mes de julio del año de mil y quinientos y veinte y cinco en expedición militar comandada por Fray García Jofre de Loaisa, de la Orden de San Juan. Cuando ya iba enrolado se me explicó que nuestro propósito era conquistar unas islas llamadas Molucas para gloria de nuestro Rey y Emperador, d’esta España y de Dios nuestro Señor.
Podría enumerar las muchas y muy grandes desdichas que acontecieron a la ruta, mas no por cierto servirán de mucho si a fuer de ser justo digo que no creo que aprovechen a nadie. Mas el deseo de alabanza supera a la precaución, por lo que predicaré algunas d’esas cosas malas que han sido, y que a juicio de uno merecen estar en el lance. Como la del aprisionamiento de una nave portuguesa tenida por francesa, que nos costó días y peligros y todo para un error e liberalla por no contar problemas antes de tiempo. O de cómo la Anunciada, nao tercera en toneles de nuestra escuadra decidió abandonalla y no se la volvió a ver. O cómo tras fuerte temporal en esa tierra que llaman de Humos, nos perdimos y encontramos mar abierto lejos de la costa. Todas esas cosas y otras que me guardo acontecieron antes de la grande tormenta que nos puso en medio del agua y quemados de sol.
Muchas fueron, como digo, las penurias d’esta ruta, pero la peor fue la que nos dejó sólo el mayor y una vela rasgada que sorcimos de buena forma en cuanto encontramos oportunidad, y arreglamos el pañol por la que entrábase el agua de a grandes cantidades. Dos días de parlamento matados de hambre y sed llegaron en un motín que dio fin a la vida del capitán Diego Alonso de Solís, y en feliz hora pues el conocer de los marineros un punto siempre sacaba al del comandante, bajando morales y mermando esfuerzos en la rifa. Y si entonces fue momento de duda, agora contamos buena ventura pues no encontrando la nao capitana, sin montar pleito decidimos nosotros seguir adelante y Nuestro Señor nos ha bendecido con un atolón en el que poder atracar.
El remozo de nuestra nave nos ocupa la jornada completa, e con suerte contaremos en unos días con nuevo palo y vela, que servirá para el momento en el que retomemos ruta. Un mozo resabido y enjuto del que creen que ha conversado con algún nauta experto y del que reímos siempre la burla, dice que donde hay atolón, hay isla, y donde hay isla, hay comida. Válame si no tiene razón y nos topemos con solución o problema a nuestra desdicha.
La última resolución a la que se ha llegado es el soltar los cañones quedando solo dos a bordo. D’esta manera estaremos más ligeros y con más libertad para hallar destino que nos agrade. Pues como dicen los sabios no hay ruta que desagrade cuando no hay ruta alguna trazada.
E ansí finalizo esta narración de los hechos acontecidos a bordo de la San Lesmes, esperando perdón por no ser buen escriba e no saber acomodallos al gusto del letor, pues no ha sido mi intención el trato militar mas tampoco dispongo pluma para grandes escrituras. Usaré decir que, de haber pliego para más aventuras daré tiento en escribillas, pues destino incierto nos aguarda al levar anclas.
Lo que sí es decir que, encontremos Molucas u otros territorios, saliendo d’esta voto construir la más grande cruz que puedan mis brazos, clavándola en punto alto a gloria eterna de Nuestro Señor. E beber buen vino y banquetes a su honra, siempre a la manera cristiana, pues la salvación nuestra será únicamente por deseo del Altísimo. Plegue a Dios que así sea.