Salgo del bar tras despedirme y camino encogido ante el vendaval que se ha levantado en la calle. El viento encajonado sisea y me deja el rostro helado mientras me muevo a buen paso en dirección a casa. A las cuatro de la mañana la ciudad duerme, con los pocos noctámbulos que quedamos en pie dirigiéndonos rápidamente hacia nuestros destinos antes de que empiece a llover.
Llego a una avenida amplia donde el aire parece haberse calmado, las manos metidas en los bolsillos y el mentón escondido bajo la bufanda, hombros elevados en un ingenuo intento de protegerme más si cabe el cuello del frío. Y entonces te veo. Todavía lejos, parada hablando con otra chica en lo que parece una animada despedida tras una noche de fiesta. Mientras voy cubriendo la distancia hasta donde estáis vosotras, tu amiga se mete en un portal dejándote sola en la calle. El eco de tus tacones empieza a sonar firme contra la acera cuando comienzas a caminar en la misma dirección que voy yo.
Mis piernas, más largas que las tuyas, hacen que pueda acortar el trecho que nos separa con cada zancada, pudiendo apreciar mejor tu espalda. Luces una melena corta y oscura que se zarandea con cada paso, terminando en una bufanda de punto gris que te calienta el cuello. El abrigo es grueso, acorde a la temperatura, y muy largo, de un color claro que no puedo definir a la luz de las farolas. Medias y tacones negros cierran el conjunto, que está finamente adornado con un bolso muy elegante que llevas cogido bajo el brazo.
Cuando ya sólo estamos a unos veinte metros pareces reparar en mi presencia, y es en ese instante cuando puedo ver perfectamente cómo tu espalda se tensa y el ruido de sus pisadas se vuelve más duro. No reparo demasiado en ello pues voy pensando en mis cosas –siendo honestos los efectos de la ginebra tampoco ayudan–, pero lentamente te estás acercando cada vez más a la pared, dejándome mucho espacio para adelantarte. Ahora entiendo lo que estás pensando, lo que tú y tantas otras chicas teméis cada vez que volvéis solas por la noche. Por eso aprieto el paso rebasándote muy rápido sin siquiera mirarte. Que veas que no soy ninguna amenaza, simplemente un fulano más que camina hacia su casa.
Al pasar a tu lado no puedo evitar ver la mortecina luz de un móvil brillando en tu mano. Seguro que el teléfono de una amiga ya está marcado en el teclado, evaluando la situación con cautela dispuesta a apretar el botón de llamada a la menor señal de peligro. Me es difícil evitar la tristeza que me causa verme como un potencial enemigo cuando no he hecho nada malo. Pero más triste es aún el saber que tienes que pasar por eso, que tengas que estar a la defensiva por norma sin poder caminar del todo tranquila. Yo también reviso cada esquina para evitar un encontronazo inesperado, pero no hay que ser muy listo para darse cuenta de que, de producirse, las consecuencias para ti podrían ser peores.
El eco de tus tacones sigue sonando a mi espalda, un poco más lejos cada vez. Unos metros más adelante me doy cuenta de que ya no lo escucho y giro la cabeza sobre mi hombro para encontrarte abriendo un portal y cerrando la puerta tras de ti. Probablemente ahora estés mandando un wasap a tus amigas diciéndoles que has llegado bien. Puede que incluso les comentes que un chico te ha adelantado justo antes de llegar a casa. Afortunadamente la noche ha acabado con total normalidad. Como debe de ser.
es verdad, hay miedo al volver a casa sola y sientes pasos detrás más. Esperemos llegue el día de poder ir tranquilamente a un sintiendo pasos por la espalda. Me gusta es la realidad
Muchas gracias por tu comentario María Auxiliadora. Seguro que en poco tiempo todo el mundo podrá ir tranquilo por la noche, ya sea escuchando pasos ajenos o no.
¡Un saludo!