El plan tenía tres fases, pero había que poner de acuerdo a todo el mundo y garantizar que cada uno se iba a llevar su parte. Y, como siempre, lo más difícil era liar al primero de la lista: el dueño de los grandes almacenes.
Conozco a Eladio desde hace mucho tiempo. Ya hemos trabajado en otros proyectos y siempre me ha parecido un tipo serio pero difícil para trabajar. No es que sea una persona complicada, simplemente su aversión al riesgo —excesiva para alguien con tantos ceros en la cuenta— le impide a veces tener una visión más amplia del negocio. Y para este plan le necesitaba convencido ya que poner uno de sus mamotretos en el centro de la operación era vital.
La segunda fase del plan era convencer al de urbanismo. Se podría decir que sin él el plan no saldría adelante y que por ello esta debía ser la fase uno, pero seamos sinceros: no hay concejal que se resista a dos empresarios poniéndole en bandeja un plan para desarrollar una zona de la ciudad con sus fotos y su dinero en una cuenta en el extranjero a nombre de un familiar.
La tercera fase ya era cosa mía: asfaltar, construir, diseñar, etc. La parte más aburrida y la más cara, pero la más lucrativa. Como cerebro de la operación también era cosa mía calcular tiempos para tranquilizar a mis dos socios, esto es, que la inversión de traer los grandes almacenes fuese rentable en poco tiempo y que el proyecto se pusiese en marcha antes de las próximas elecciones para que el concejal tuviese su foto de gloria.
Puede que parezca un tipo sin escrúpulos, un tiburón del ladrillo y esas cosas que suelen llamarnos a los que estamos en este negocio, pero la realidad es que hay zonas de la ciudad que hay que desarrollar y esta forma es tan buena como cualquier otra. O eso es lo que venderemos al público, a mí me da igual, eso es cosa del departamento de comunicación. Al final esta operación se resumía en que Eladio pusiese el cebo, yo los edificios y el concejal la cara. Y todos contentos.
De lo que nadie hablará jamás será de cuando Eladio se canse de tener su negocio en ese barrio y lo traslade a otro sitio, o de que las obligatorias y tediosas casas de protección oficial que haya que hacer sean enanas, o de cuando se descubra el dinero en la cuenta del concejal; pero yo tengo ya setenta y seis años y, francamente, me importa bien poco eso. Cuando todo esto pase, si es que pasa, yo ya me habré ido. Así que, como se suele decir, que me quiten lo bailao.
Foto de portada: ©Pexels
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