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El patriarca

“El Patriarca”, me llaman con tono cariñoso. Últimamente muchos han venido a verme, pues dicen de mi que soy el más viejo de Europa; bastante más viejo que un primo griego del que me hablaron hace mucho. A mí ya no me importan estas cosas, si es que alguna vez llegaron a importarme, pues a mi edad sólo me quedan el agua, el sol y el recuerdo.

No entiendo por qué me llaman “El Patriarca”, pues nunca mandé ni tuve a nadie bajo mi tutela. Aquí, en la ladera del volcán, tuve la suerte de caer cuando era fruto, y aquí germiné y crecí escuchando los susurros de las hojas de los ancianos que en aquellos días me cubrían del excesivo sol y velaban por mis raíces. Fueron ellos los que me contaron la historia de Hannon el navegante y su llegada a nuestras costas, así como las ilustres visitas de Juba II de Mauritania. Al parecer fue entonces cuando la tierra en la que vivo, la que me da agua y sustento, fue conocida como Afortunada.

En aquel tiempo, que era yo poco más que un pequeño esqueje, pocos conocían de nuestra existencia. Era como si el mundo entero se hubiese olvidado de nosotros. Sin embargo pronto vinieron a nuestras costas navíos con ídolos a los que los hombres que aquí vivían pronto adoraron. No sé cuánto tiempo pasó ya que mis días son largos y los años parecen apenas suspiros, pero pronto nos vimos rodeados de gentes nuevas que trajeron costumbres y lenguas desconocidas. Entonces yo ya era suficientemente maduro como para entender que el mundo acababa de cambiar radicalmente para nosotros.

Tuvo que ser por aquellos días cuando pasó algo sorprendente: tres barcos pasaron frente a nuestra costa rumbo hacia el oeste, algo que jamás habíamos visto. No fue hasta meses más tarde que supimos que aquellas naves habían regresado con la noticia de haber descubierto un mundo nuevo más allá del Atlántico. Fueron aquellos tiempos fascinantes.

Con el descubrimiento del Nuevo Mundo el tráfico de buques alrededor de nuestras costas aumentó de manera increíble. Algo valioso deberían de traer de esas tierras lejanas para que tantos barcos echaran el ancla día sí y día también, de este a oeste, sin descansar. Tan valioso botín portaban que pronto empezaron a atacarnos unos indeseables a los que llamaban piratas. Y es que esa es la cruda realidad de la condición humana: las voces que hoy me llaman “El Patriarca” son las mismas que robaron y mataron en otro tiempo sin ningún pudor. Así es el ser humano, capaz de las hazañas más increíbles y los actos más abominables.

Recuerdo también, ya muchos años más tarde, los paseos de un general bajito y con bigote que se paraba siempre junto a mi sombra. A juzgar por sus palabras no me pareció que tramase nada bueno, y la historia terminó por darme la razón. Otra lástima más llevada a cabo por el ingenio humano.

Ahora soy noticia por viejo, por superviviente. Por eso me llaman “El Patriarca” y me fotografían desde varios ángulos para periódicos y revistas. Sin embargo sé que esto pasará, como han pasado por aquí Fenicios y Cartagineses y Guanches, y el mundo volverá a cambiar fruto de la crueldad y bondad de los hombres.

Y qué ganas tengo de verlo.

Foto de portada: ©djedj

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