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El pasaporte del faraón

– Un problemón y de los gordos, como lo oyes…

La conversación se repite varias veces a lo largo de la mañana. Todos los restauradores del Museo Egipcio de El Cairo se han reunido para retirar de su expositor a la momia de Ramsés II, que luce muy desmejorada de un tiempo a esta parte. Al rato salen de la habitación donde han llevado a cabo su análisis con un diagnóstico nada halagüeño: el faraón se pudre. No saben por qué, pero se pudre. El director del museo está atacado pues es la momia mejor conservada de su colección y su pérdida sería irreparable para la comunidad egiptológica, que le señalaría sin dudarlo como el culpable de la situación. Por ello va a ocuparse de todo él personalmente.

Después de pensar un poco y consultar a su equipo se le antoja que la solución es simple: llamar a los principales museos del mundo contándoles la situación y esperar que un grupo de expertos pueda arreglar el desaguisado. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas.

– ¿Cómo que no puede ser aquí? ¿Qué tienen de malo nuestras instalaciones para hacer el trabajo?

Al final, tras varias llamadas de teléfono, un grupo de restauradores franceses parece dispuesto a examinar la momia y tratarla de forma que se revierta el proceso, pero como no puede ser de otra forma hay un problema: el tratamiento ha de llevarse a cabo en Francia.

– ¡El Sayed! –grita de improviso a su secretario– ¡Ponme con el ministerio!

El director del museo, de carácter ya de por si volátil, ha pasado rápidamente del agobio al enfado más visceral. No es lo mismo traerse un grupo de especialistas a su museo, pagarles por su trabajo y darles las gracias, que mandar una de las momias más famosas del mundo a cuatro mil kilómetros de distancia. Ante sus ojos aparecen montañas de papeleo que rellenar con detalles logísticos, seguros de viaje, aduanas… todo un batiburrillo burocrático que no tiene tiempo ni ganas de enfrentar.

– ¡Eso es imposible! –oye gritar El Sayed desde su puesto de trabajo–. ¡Es una momia de tres mil años de antigüedad! … Las normas me dan igual, ¡es absurdo!

Un fuerte golpe indica al secretario que la conversación ha terminado de forma abrupta, con su jefe tirando el auricular sobre su soporte.

– Putos gabachos con sus normas… –sisea entre dientes el director del museo–. ¡El Sayed, ven aquí ahora mismo!

El aludido se acerca hasta la puerta del despacho de su superior sin atreverse siquiera a abrir la boca.

– Vete abajo, a donde tienen a la momia. Diles que hagan varias fotografías, primeros planos de la cara del faraón, y que las traigan en cuanto las tengan.

– Sí, señor.

El día continúa con llamadas para coordinar el traslado, informar a los departamentos apropiados de todo lo necesario para cubrir los expedientes y recibir la autorización del ministro. Al final de la jornada le llegan a El Sayed las fotos del ennegrecido y chupado rostro de Ramsés II, que raudo lleva a la mesa de su superior. Este a su vez llama al departamento de relaciones internacionales y les comunica que ya las tienen listas.

– Sí, ya tenemos las fotos. … Os las envía mi secretario ahora mismo. –El Sayed asiente indicando que no necesita mayores instrucciones–. No me jodas… ¿en serio? Putos gabachos, son tocacojones pero las formas saben guardarlas, hay que reconocérselo… En fin, ya hablaremos.

Nada más colgar, el director del museo resopla y se echa a reír aliviado al ver que todo marcha.

– Veo que está de mejor humor, señor –se atreve a decir El Sayed.

– No te vas a creer lo que piden en la aduana francesa: Dicen que sin un pasaporte la momia no puede entrar en su país. ¿Te lo puedes creer? Que da igual que lleve muerto tres mil años, que ninguna persona viva o muerta entra en Francia sin pasaporte. Es de locos…

El Sayed se une a la carcajada de su jefe con una risilla nerviosa y la cabeza agachada entre sus hombros. No ve que la cosa sea tan divertida, pero cualquiera dice algo.

– Y eso no es lo mejor –sigue el director del museo con lágrimas en los ojos–. ¡Después de tanto dar por culo con el tema del pasaporte los muy melindrosos quieren rendirle honores de estado!

– ¿A la momia, señor?

El director del museo, que no deja de reírse, no puede responder a la pregunta de su subalterno, por lo que asiente a carcajada limpia al tiempo que le indica que lleve las fotos del rostro de Ramsés II al departamento correspondiente.

– ¿Qué le pasa al director? –pregunta uno de los ujieres del edificio a El Sayed cuando cierra la puerta del despacho.

– Lo de siempre –responde negando con la cabeza y gesto serio–. Que es gilipollas.

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