Amanecía en el parque. Sin embargo no era un amanecer limpio, con aire fresco y luz grisácea que de rojos, naranjas y amarillos iba pintando la ciudad sobre el brillo apagado de las farolas. Era un amanecer manchado de azules brillantes y metálicos de la ambulancia y los tres coches de policía que rodeaban una de las zonas arboladas. Aunque todavía no eran ni las siete, algunos curiosos ya se arremolinaban en busca de ser los primeros en tener su cita con el morbo.
– Martínez, ya era hora.
– Lo siento, señor, ya sabe… las horas…
– Las horas mis cojones.
Entre todos los policías uniformados, dos hombres de paisano avanzaban hasta llegar a lo que parecía el epicentro del caso.
– ¿Qué ha podido averiguar?
– La chica volvía para casa a eso de las cinco cuando fue asaltada a la altura de ese banco. La metieron por allí a empujones —señaló un boquete entre los arbustos que delimitaban el césped—, y al parecer ahí es cuando se armó el Belén.
– ¿Asaltantes?
– Uno. El del hospital.
– ¿Fichado? —su superior preguntaba con voz cansada—. ¿Etnia? ¿Raza?
– De las que no se dicen en los telediarios.
– Pues estamos buenos.
Dieron un par de pasos hasta situarse junto a una mancha amarronada que pringaba el césped a los pies de un castaño. Varias moscas volaban cerca.
– La tiró aquí, y justo cuando la tenía a punto apareció el otro.
– ¿Ha dado alguna señal sobre él?
– Dice que estaba muy asustada… que iba de negro y que cuando acabó le dijo que llamase a emergencias. Tampoco creo que quiera hablar, la verdad.
– ¿Por qué dice eso?
– Con todo el respeto, si a usted le estuviesen a punto de… ejem… no creo que diese muchos datos a la policía sobre su salvador, ¿no?
– Hay formas y formas, Martínez.
Una melodía interrumpió la conversación. Martínez alzó una mano y se fue hacia un lateral para contestar el teléfono dejando a su superior frente al charco de sangre seca a los pies del castaño. Al rato regresó negando con la cabeza.
– Era del hospital.
– ¿Y bien?
– La hemorragia ha sido muy gorda. No ha sobrevivido.
– Pf… En fin, casi era de esperar.
– ¿Señor?
– Cuéntame tú cómo sobrevives a que te aten a un árbol, te corten los huevos y te los dejen metidos en la boca mientras esperas a la policía.
Los dos policías compartieron un largo silencio.
– ¿Ahora qué hacemos, señor?
– Pues iniciar la investigación y rezar por darle carpetazo pronto.
– ¿Con o sin detenido?
Un bufido rompió la quietud del parque.
– Qué quiere que le diga, Martínez —se encogió de hombros—. No me gustaría detener a alguien por hacer algo que habría hecho yo mismo.
Foto de portada: ©Arcaion
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