Llevan dos días sin agua en uno de los lavabos. El resto de la redacción no tiene el más mínimo problema, por eso han llamado al fontanero, que se presenta allí con su mono de trabajo y su maletín de herramientas. Nada más llegar habla con el encargado de la redacción y después se dirige al baño caminando entre mesas atestadas de papeles, máquinas de escribir, ceniceros y cigarros.
— ¿Está libre el baño? —pregunta a un periodista que pasa justo por delante de la puerta.
— Sí —le responde sin detenerse—. Bueno, está Leopoldo, pero nada más.
Una persona no es demasiado problema para echar un primer vistazo, por lo que abre la puerta y deja el maletín de herramientas en el suelo, junto al contador de agua. Es un baño amplio, con cinco espejos sobre los cinco lavabos, cuatro urinarios de pared y tres cubículos verdes que encierran las tazas de wáter. Huele a humedad, a lejía y a un ambientador no demasiado bien elegido. Y del tal Leopoldo no hay ni rastro.
Primer lavabo, funciona. Segundo, funciona. Tercero, funciona. Cuarto, hace ruido y no sale agua. Ahí es donde tiene que aplicarse. De dos zancadas cruza el baño y coge su maletín de herramientas. Hay que desmontar la cañería para ver si es un atasco. Con la llave inglesa en la diestra se pone manos a la obra con tan mala suerte de que una tuerca se le cae y rebota hasta llegar al borde de uno de los cubículos verdes.
— Maldita tuerca —farfulla mientras se agacha para recogerla—. Manda huevos que…
Las palabras le desaparecen de la boca como si su mente jamás hubiese querido que las dijera. Todo su cuerpo se queda rígido por un instante y luego intenta recular para huir del ojo amarronado que le observa desde el suelo. De la pupila rasgada en vertical que le mira con malicia mientras su hocico lleno de dientes se gira hacia él abriendo unas fauces aterradoras.
— ¡Un cocodrilo! —grita mientras trastabilla hacia la puerta— ¡Socorro, un cocodrilo!
Al final el fontanero consigue abrir la puerta y huir del baño dejando todos sus útiles atrás. En la redacción el trajín sigue como si no hubiese dicho nada, y sólo cuando toma del brazo a uno de los periodistas parecen reparar en él.
— ¡Hay un cocodrilo en el baño!
— ¡Claro que sí, cálmese! —le responde el plumilla airado—. Es Leopoldo, no arme tanto barullo.
— ¿Leopoldo?
Entonces pasa a su lado el encargado de la redacción, que le toma del hombro y le ofrece un vaso de licor para que se tranquilice.
— Me va a disculpar, tenía que habérselo advertido —le dice sonriente—. Leopoldo es la mascota del semanario, y vive en nuestro baño.
— De hecho el jefe quiere abrir una revista satírica con su nombre —interviene otro periodista—. El cocodrilo Leopoldo, ¿qué le parece?
Foto de portada: ©Pexels
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Coño que susto, yo dejo los profesión.
Jajajajajaja muy ocurrente, no se de dónde te salen tantas ideas, pero lo haces muy bien.
Un abrazo