El aire era irrespirable en la ladera del monte, con matojos todavía humeantes pese a que la lluvia había ayudado a los servicios de emergencia a apagar el incendio. Bajo sus botas de campo, pasto gris y ramitas renegridas se quebraban con un sonido más cercano al rechinar de la ceniza que a su crujir natural. Aquel no era su lugar, pero cuando dos cadáveres aparecían en medio de un incendio los bomberos pasaban a un segundo plano.
– Joder, esto parece cosa de los guionistas de Bouns —dijo su compañero al llegar al lugar donde, entre árboles, estaban tirados los restos de carbonizados de dos personas.
– ¿De quién? —respondió ella alzando una ceja.
– Bones —repitió pronunciándolo a la española—. La serie de la forense guapa y su compañero buenorro del FBI.
– Ni idea.
Al parecer el incendio había sido provocado, y el foco principal se encontraba a apenas doscientos metros de donde se encontraban. A saber qué les habría pasado a esos dos pobres que habían acabado atrapados en medio del fuego.
– En Bones seguro que no huele así —bufó cuando se agacharon junto a los cuerpos.
– Ni el buenorro es tan guapo como yo, pero qué le vamos a hacer.
Qué cachondo, el compañero, pensó. Después se limitó a mirar a la espera de que llegase el forense, pero lo que vio le fue suficiente para poder hacerse una conjetura de lo que pudo pasar.
– Qué mala suerte —decía el bombero que les había acompañado al lugar—. Espero que el humo los dejase groguis antes de que las llamas los alcanzasen.
– A estos los alcanzó antes otra cosa —le respondió ella señalando el pecho de uno de los cadáveres.
– ¡Joder!
Los restos humanos, con la carne deshecha por el incendio, mostraban unos huesos renegridos de ceniza y, justo en pecho de uno de ellos, pequeñas deformaciones esféricas rompían el esternón y las costillas.
– A este se lo cargaron, y me apuesto lo que quieras a que al otro también.
– ¿Se los cargaron y prendieron fuego al monte para cubrir el crimen? Qué retorcida es la gente…
Eso era lo normal. Pensar en el asesinato y luego en el incendio. Pero había otra opción.
– O alguien les vio provocar el incendio y se tomó la justicia por su mano —atacó de nuevo ella, negando.
– Estamos suficientemente cerca del foco —respondió el bombero—.
– Si yo pillase a alguien quemando el monte también querría pegarle un tiro.
– Pues eso —zanjó la mujer—. Ni estos dos son pobres víctimas del fuego ni un par de pirómanos de mierda. Veremos a ver en qué acaba esto, pero…
– ¿Pero qué? —dijo el bombero.
– Nada importante… —volvió a mirar los cadáveres, y esta vez le pareció ver entre el pasto quemado pequeñas bolitas metálicas renegridas—. Por mi experiencia todos somos unos hijos de puta hasta que se demuestre lo contrario.
Foto de portada: ©valtercirillo
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