— Buenos días, tengo una pregunta.
— Buenos días, dígame.
— Es sobre esa vitrina, ¿le importa que nos acerquemos?
— Ningún problema.
El guía del museo sigue al visitante hasta el lugar que le ha indicado.
— Es sobre ese extraño catalejo que hay entre esos astrolabios.
— Sí, del siglo XVII, una de las piezas más curiosas de la colección.
— Es que… a ver, cómo decirlo… Es que eso no es un catalejo.
— Bueno, caballero, como usted entenderá nuestro personal lo ha estudiado bien y ha llegado a esa conclusión por lo que…
— Ya, ya, si yo entiendo que haya gente que lo ha estudiado, pero es que se han equivocado.
El guía del museo frunce el ceño y respira hondo. Se nota que está intentando mantener la compostura pese a la incomodidad que siente.
— A ver, ¿y entonces qué es?
— Pues eso es un instrumento musical.
El guía abre mucho los ojos y se gira hacia el extraño catalejo con gesto de incredulidad.
— ¿Un instrumento?
— Un bajón, para más datos.
— ¿Un qué?
— Un bajón. Es el antepasado del fagot actual, solo que a ese le falta la parte de abajo y el tudel. De ahí el error.
— Caballero, creo que…
— Mire, los agujeros en los laterales son los que se usan para poner los dedos y dar las diferentes notas. No hay ninguna duda, es un bajón.
— Déjeme hacer una llamada.
— Por supuesto.
En un lateral de la sala, el guía abre un armarito y desde un teléfono interior llama al director del museo para darle la noticia. Al poco rodean al molesto visitante el curador de la exposición, el director del museo y el guía.
— Y dice usted que es un instrumento.
— Eso es.
— Pero que ya no está en las orquestas.
— Efectivamente.
El visitante responde con la voz calma y tranquila del que sabe que tiene razón.
— ¿Y cómo dice usted que se llama el instrumento?
— Bajón.
— Tonterías —farfulla el curador de la exposición—. Llevamos meses preparando esta exhibición catalogando los fondos antiguos del museo. Usted sólo quiere llamar la atención.
En ese momento el guía enseña en su móvil una foto de un bajón del siglo XVIII que se parece mucho al objeto encerrado en la vitrina.
— Pues…
— Vaya…
— Ejem, visto así…
Las reacciones hacen que una sonrisa aparezca en la cara del visitante.
— Diga a los conservadores que hay que retirar esa pieza de la exposición —arranca el director del museo—. Y respecto a usted, sólo queda agradecerle su… eh… puntualización.
— No hay de qué. Si no les importa seguiré mi visita y si veo cualquier otro fallo se lo haré saber.
— No se moleste, mañana mismo revisaremos toda la colección no vaya a haber otro instrumento escondido por ahí.
En cuanto el visitante desaparece de la sala el director lleva a un aparte al curador de la exposición.
— Te dije que alguien se iba a dar cuenta. Paga.
El curador saca de su bolsillo cincuenta euros y se los entrega al director.
— Me alegro de haber ganado esta apuesta, porque será la última.
— Vamos, hombre, con lo bien que nos lo pasamos metiendo morcillas en las exposiciones…
— No quiero que otro listillo nos saque los colores en la próxima. Yo ya no juego más.
El curador se encoge de hombros y se marcha por el pasillo.
— Menudo aguafiestas eres desde que te nombraron jefe, macho…
Foto de portada: ©Pexels
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