Es sólo un instante. Un momento de emoción que le embarga justo antes de comenzar el ensayo. Es el segundo preciso en el que abre el estuche y, sin saber por qué, recuerda.
A su mente viene el día que cambió de instrumento. Su viejo violín se había quedado pequeño y al recibir el nuevo hubo que hacer mudanza de memorias del estuche antiguo al nuevo. Y es que el estuche es mucho más que el lugar en el que transportar a su compañero de vida: es un pequeño museo de toda su carrera.
Entre polvillo, restos de resina y terciopelo gastado se muestran recuerdos de años de llevar el violín a cuestas. Arriba a la izquierda, junto al destartalado cierre para sujetar el arco, está la foto más antigua de todas. Allí se ve, descolorida y desenfocada, la imagen de dos niñas tocando en un pequeño auditorio. Ese es el principio de su carrera, su primera audición en el conservatorio tocando un desafinado dúo junto a su hermana. Aquel momento, tan lejano y al a la vez tan definitorio, fue la primera piedra de un camino pavimentado por miles de horas de estudio y cientos de recitales en los que hacer frente a programas endiablados, dolor y nervios. Un camino que le ha llevado a convertirse en la persona que es ahora.
Al otro lado del estuche hay otra foto en la que se le ve a ella de adolescente rodeada de otros chicos tan sonrientes como ella. Es la imagen de uno de los muchos encuentros en jóvenes orquestas en los que participó, y que de alguna manera le ayudaron a continuar estudiando cuando el resto de su mundo le invitaba a tirar la toalla. Por eso está esa foto ahí, para que en ese instante previo al calentamiento una parte dormida de su personalidad se acuerde de los sacrificios realizados. También, por supuesto, de los amigos; esos que ya no ve tanto como quisiera pero que siguen ahí para cuando vienen mal dadas.
En uno de los compartimentos, donde guarda la gastadísima resina envuelta en un trapo, una hoja de laurel ajada y quebradiza le trae recuerdos de su abuelo, que se la dio cuando ya era muy mayor. Siempre le apoyó en su sueño de convertirse en violinista y sabe que, en parte, ha llegado a donde ha llegado gracias a él.
Después de ese instante en el que sus ojos han revisado cada recuerdo atesorado en su estuche, lo cerrará y todo regresará a la normalidad: cogerá sus partituras, calentará en su asiento, charlará con sus compañeros y comenzará el ensayo. Sin embargo siempre que dude, siempre que tenga un mal día o simplemente no le apetezca estudiar, podrá volver los ojos hacia su particular museo, que le recordará que la música siempre merece la pena.
Foto de portada: ©LaPorte
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