A todos les gustan. Contarlas, repetirlas, usarlas. Historias con final feliz o triste, pero siempre con una moraleja o un misterio que retumba en nuestros corazones haciéndonos sentir algo que antes no estaba ahí. Seguro que vosotros también las habéis escuchado, con variaciones según quién os las contase, pero con la misma esencia oculta bajo las palabras elegidas para transmitirlas. La magia de las leyendas es esa; para eso se han creado.
En todas partes hay alguna tradición que relaciona un precipicio con una historia de amor truncada, o un caserón abandonado con un terrible asesinato. Es bonito oírlas salir de las bocas de las gentes, tan vívidas como si ellos mismos fuesen el asesino o la doncella que se despeñó por amor. Mi especialidad son aquellas en las que la realidad se mezcla con la ficción, aprovechando hechos verdaderos para trufarlos de amor, odio, envidia, amistad… esos son los valores que hacen que la gente quiera repetir hasta la saciedad mis leyendas. Porque a eso me dedico, a inventar leyendas.
¿No os habéis preguntado alguna vez por qué en cada comarca hay un amor imposible del que se habla con los turistas? ¿Por qué el diablo se presenta en forma de bella dama para torturar las almas de los lujuriosos pecadores? Yo os daré la respuesta: porque a alguien le interesaba. No hay más. Siento estropearos el cuento, pero la magia hace mucho que abandonó el mundo. Los restos que quedan de ella son sólo los inventos que oportunistas como yo vendemos al mejor postor.
¿Un cura necesita convencer a sus feligreses de que la gula es un pecado horrible? Alguien recuerda de golpe la historia del niño que robaba el alimento a sus hermanos hasta que la gruta de la montaña cercana hizo justicia comiéndoselo. Arrepentíos y rezad por su alma. ¿El alcalde de un pueblo necesita atraer a los campesinos de la comarca? Es el momento de contar cuando una joven desapareció en el teso de la feria y desde entonces el viento ulula su nombre los días de fiesta. ¿Un joven no consigue conquistar a la dama imposible? Etcétera, etcétera.
A veces, si el pago es suficientemente bueno, añadimos un poco de teatro para dar credibilidad a la historia. Contratamos un par de actores, pintamos de rojo el dintel de una puerta o incluso nos arrastramos hasta el cementerio para dejar una tumba abierta. Cualquier cosa con tal de que los lugareños muerdan el anzuelo. Mi trabajo no es contar historias, sino hacerlo lo suficientemente bien para que otros las sigan contando. Ellos son los que las mantienen vivas.
Sin embargo es importante conocer nuestros límites, algo que ciertos advenedizos de la profesión no terminan de comprender. Si en una comarca todos los pueblos tienen historias de diablos aparecidos o mozos defenestrados por amor podéis estar seguros de que algún descerebrado creador de leyendas ha pasado por allí vendiendo su mercancía sin mesura. No comprenden que la clave de una buena leyenda es que sea creíble: encontrar la bisagra que une la realidad con esa magia que abandonó el mundo hace mucho tiempo.
Foto de portada: ©Darkmoon_art
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Preciosa narración pedagógica de las historias narrativas de siempre….