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El cazafirmas

Su casa es un museo, o bien podría serlo. Años consagrado a su pasión con la meticulosidad de un ingeniero y el fervor de un clérigo han convertido su hogar en una gigantesca mezcla de discos, vinilos, programas de mano, fotos y decenas de objetos en los que artistas grandes y pequeños han estampado alguna vez su firma. Porque el cazafirmas es, ante todo, un depredador insaciable de recuerdos.

Podría pensarse que frente a tal cantidad de souvenirs ese museo en el que vive sería un lugar caótico, con pilas de papeles y CDs amontonados en las esquinas en aparente desorden, pero no. Una mente cuadriculada, un buen sueldo y la casa entera para él le han llevado a disponer de habitaciones enteras en las que poder almacenar sus trofeos de caza organizados con el mimo que merecen. Son muchos años de recolección y él los guarda como tales.

Los días de concierto son siempre especiales, ya sea en el Auditorio Nacional, el Café Berlín, el Teatro Real o en Matadero, y el cazafirmas tiene el mismo ritual para cada uno de ellos. Primero la ducha, porque limpiarse es capital para acudir al templo. Después elegir el traje, ya que el aspecto importa: debe ir acorde a la ocasión. Y por último coger la bolsa en la que ha colocado previamente el disco del artista al que va a ver. El rotulador y la cámara de fotos son los últimos detalles antes de salir de casa.

El atuendo no sólo es importante como preparación ritual. Tiene sentido también como elemento práctico para buscar la firma posterior a la actuación. No es lo mismo abordar a un solista cansado tras el concierto vestido de cualquier forma que con un buen traje y el CD y el rotulador en la mano. Él, como profesional en la caza de firmas, lo sabe por experiencia.

Cuando llega a su butaca siente el cosquilleo de aquel que sabe que va a disfrutar de una experiencia única, ya que dos conciertos jamás son iguales. Siempre hay pequeñas cosas, imperfecciones del directo se podría decir, que pueden convertir la atmósfera en algo inigualable. Como un niño en Navidad, él espera sonriente que esa tarde sea una de las veces en las que la comunión entre músicos y público es total, recordando las pocas ocasiones en las que la audiencia acabó al borde del llanto.

El descanso se aprovecha siempre para revisar el equipo: CD sin el envoltorio y rotulador con tinta y buen trazo. Hoy el objetivo es el director de orquesta, por lo que no tiene que correr en la pausa como cuando quiere acechar a un solista. Repartidos entre las butacas ve a otros que, como él, repasan sus enseres pensando en cómo ser los primeros en conseguir su firma. Pobres ilusos. Él lleva más de treinta años perfilando su técnica, conociendo auditorios, teatros y salas de concierto para saber por dónde escabullirse hasta llegar a los camerinos sin ser detenido por la seguridad del recinto. Treinta años de cultivar amistades con acomodadores y personal de orquestas. A él no se le adelanta nunca nadie. Por algo es el cazafirmas.

 

Foto de portada: ©Pexels

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