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El capitán Fandiño

La carta no dejaba lugar a dudas: debía presentarse inmediatamente en la capitanía del puerto para aclarar un asunto de extrema importancia. No le hacía la más mínima gracia tener que abandonar el puente de su querida Isabela, pero vistos los términos en los que estaba escrita la misiva convenía no hacerse de rogar.

    – ¿Vendrá a comer, señor?

    – Malo será —respondió enigmático haciendo honor a su ascendencia gallega.

El capitán Fandiño, vestido de domingo y con la ropera al cinto, bajó a buen paso por la pasarela para ver qué querían de él con tanta premura. Un nombramiento no podía ser, ya que ese tipo de noticias se daban con mejores formas. Tampoco un encargo, pues la precipitación era excesiva. Una emergencia quizá, partir con su nave para escoltar algún convoy… O simplemente una bronca, opción más lógica vistas las circunstancias.

Mientras caminaba por el puerto esquivando carromatos, toneles, redes de pesca y pillos buscando qué comer, Fandiño intentó recordar qué acción de las últimas llevadas a cabo como guardacostas del Rey podía ser motivo de enfado. Últimamente las patrullas habían sido fructíferas, interceptando múltiples contrabandistas ingleses que osaban adentrarse en aguas españolas. Su forma de proceder siempre era la misma: avisar, atacar y desarbolar. Una estrategia que le había servido para hacerse un nombre en toda la Florida. Nadie quería vérselas con él en el mar.

Una vez en la capitanía del puerto no tardaron en sentarle en un pequeño despacho y hacerle esperar. Al rato, unos pasos anticiparon la llegada de dos hombres que no había visto en su vida.

    – ¿Capitán Fandiño? —preguntaron mientras él se ponía de pie.

    – El mismo.

    – Venimos a corroborar con usted una historia que nos ha llegado desde Madrid. Es cosa grave.

    – Ustedes dirán.

Tras sentarse de nuevo, los hombres le preguntaron en relación a una escaramuza llevada a cabo por su barco contra la Rebecca, una nave inglesa comandada por Robert Jenkins. La mención de aquel nombre le hizo esconder una sonrisa. Cómo no se le había ocurrido antes.

    – Al parecer el tal Jenkins ha dicho que tras abordar su nave usted le ató al palo mayor y le cortó la oreja —esperaron un instante a ver si Fandiño decía algo antes de continuar—. Y eso no es todo. También sostiene que le dijo “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.

La sala quedó en silencio escuchándose de fondo los ruidos del puerto.

    – ¿No va a decir nada? —le animó el otro hombre—. Diga, ¿lo hizo o no?

    – ¿Y qué si lo hice?

La flema gallega de Fandiño volvía a aparecer. Los dos hombres parecían enfadarse por momentos.

    – Sepa usted que su tropelía ha llegado a oídos del Rey. Esto puede llevarnos a la guerra.

El capitán Fandiño reflexionó sobre aquellas palabras y recordó los interminables días persiguiendo contrabandistas ingleses, el miedo de los comerciantes a perder su carga y los compañeros enterrados.

    – Ya era hora —respondió con calma—. Aquí estamos en guerra contra Inglaterra desde hace años.

 

Foto de portada: ©Papafox

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