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Dos pillos

No tenían ni oficio ni beneficio, pero eran los mejores en lo suyo. ¿Qué era lo suyo? El sablazo. El timo. El robo de guante blanco. Aprovecharse del primo de turno y sacarle todo lo posible antes de que se diese cuenta de que le faltaba hasta la ropa interior. Eran dos pillos que, huérfanos de ganas de desempeñar cualquier empleo honrado, se ganaban la vida poniendo su picaresca inteligencia al servicio de nada bueno.

Eran amigos de toda la vida, y los dos habían decidido dedicarse a aquello al mismo tiempo: viendo de niños la película “El golpe” en una sesión que organizó la asociación de vecinos del barrio. ¿Quién no querría emular a Hooker y Gondorff sacándole los cuartos al malvado Lonnegan? A partir de entonces su vida se midió en primos a los que sablear y Salinos a las que evitar. Y hasta el momento jamás les habían pillado.

Desde que empezaron a vivir la peligrosa vida del timador, los dos pillos habían aprendido que planear era importante pero improvisar lo era aún más. Y sobre todo que había que saber retirarse a tiempo si las cosas se torcían demasiado. Por supuesto estas enseñanzas no les habían salido gratis, y el peligro vivido en cada una de ellas había ayudado a reforzar la lección.

Cuando la edad les quitó el porte de simples jovenzuelos supieron que tenían que subir la apuesta. Los golpes menores eran sencillos, divertidos incluso, pero los riesgos de toparse con la persona equivocada eran demasiado grandes. Por ello, tras una profunda reflexión, decidieron cambiar de objetivo. Necesitaban un primo con mucho dinero que gastar, pero por lo general las personas ricas no suelen dejarse engatusar con facilidad. O ellos mismos o sus asesores podrían darse cuenta del timo, por lo que era mejor dejar ese nicho de mercado de lado. Una segunda reflexión les dio la pista de por dónde debían continuar.

El primer paso era ampliar el grupo. Necesitaban a alguien con pinta de asiático que cumpliese su parte del plan. ¿El pago? Un veinte por ciento de las ganancias. Lo siguiente era montar un conglomerado de webs falsas en chino e inglés y un puñado de chismes lo suficientemente creíbles como para pasar el chequeo de prensa local. Si pasaban ese filtro, los asesores del concejalucho de turno picarían también.

Dos pillos, un empresario chino con muchas ganas de invertir y una historia sólida. Sólo faltaba encontrar un alcalde lo suficientemente primo como para tragarse el anzuelo. ¿Por qué un alcalde? Porque no hay mayor ignorante dispuesto a gastar dinero a espuertas que un alcalde en plena campaña electoral.

 

Foto de portada: © Charles Moll

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