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Visita

Llega a la casa de la mano de su madre, que le aprieta por si le da por dar tirones otra vez. No quiere ir, ha protestado mucho durante el camino, pero no le queda otra. Hoy no toca paseo, toca visita.

Lo primero que recibe al llegar a la casa es un beso en la mejilla y un cachete cariñoso. Ni lo uno ni lo otro le agradan. No se queja por aquello de que hay que portarse bien, pero tampoco sonríe demasiado. Además ahí está ese maldito gato que siempre que le ve le bufa y le tira zarpazos. Puto gato, pensaría si conociera la palabra puto.

Los amigos de sus padres forman una pareja bajita, rechoncha y divertida de ver. Ambos con gafitas y el pelo corto. José lleva gafas redondas, tiene la cara muy ancha y siempre rojiza. Asun en cambio es morena y muy sonriente. Sus gafas son cuadradas. Son simpáticos, pero frente a una visita impuesta no importa lo amable que se sea. El ceño se frunce, los modos se secan y las respuestas se reducen a lo mínimo. Que se note que le han llevado a rastras.

Las conversaciones de los mayores son aburridas y para colmo no se ha traído nada para jugar. Su madre le mira severa cuando empieza a removerse en el asiento, y termina por llamarle la atención mientras su padre niega con la cabeza. Entonces la señora bajita y rechoncha se pone de pie con un gracioso saltito y le dice que le siga. Él mira a su madre y al ver que asiente sale del salón detrás de Asun.

El pasillo es largo y alto, con un techo muy blanco allí lejos, por encima de sus cabezas. Al fondo, a la izquierda, entran en una habitación.

— Esta es la habitación de Antonio —le dice Asun mientras enciende el flexo—. Si prometes tener cuidado estoy segura de que no le importará que cojas sus tebeos.

Antonio es el hijo de la pareja, pero como es mayor estudia fuera. Hay posters en las paredes, y estanterías repletas de libros por todas partes. El niño asiente y recibe otro cachete cariñoso. Después se queda solo con la puerta entreabierta y la luz del pasillo se apaga sumiéndole en un ambiente enrarecido entre la tenue luz del flexo y las apagadas conversaciones que llegan del otro lado del corredor. Parece que va a pasar un buen rato allí, de modo que mejor aprovecharlo.

En las paredes los personajes de varias películas le miran desde los posters. Hay uno con una chica morena tumbada en una cama y letras en amarillo. Pulp Fiction, lee en voz alta. Hay otro con una especie de soldado del espacio con un casco negro, y naves y un viejo arrugado con capa. El viejo le da asco y ni lee el título. Un tercer poster en tonos amarronados tiene en el centro a un hombre con sombrero y un látigo, y también lleva al cinto una funda de pistola. Intenta leer lo que pone pero no lo entiende. Debe de estar en otra lengua.

— Bueno, vamos a ver…

Sin otra cosa que hacer salvo hojear los libros que llenan las estanterías, el niño se acerca a la primera balda y toma uno de los tebeos. En la portada hay dos hombres, uno con pantalón rojo y camisa blanca y otro que va de negro. El primero tiene dos pelos mientras que el segundo está completamente calvo. Sólo aparecen ellos dos y no tiene título.

Una risotada a cuatro voces desde el fondo del corredor le sobresalta, pero pronto vuelve el murmullo animado y lejano de antes. Sigue solo y sin otro entretenimiento que el libro del calvo y el de los dos pelos. Lo abre y entonces ocurre la magia.

— Enrique, nos vamos.
— ¿Ya?
— Sí, ya, que es muy tarde.

Parpadea incrédulo: no sabe a dónde se ha ido el tiempo. Tampoco cómo se han apilado los tebeos de esos dos señores, el de los dos pelos y el calvo, uno a uno hasta crear una torre de al menos siete sobre la mesa. Sólo sabe que el Super es un jefe bastante raro, Ofelia siempre está enfadada y al Bacterio no le sale un experimento a derechas.

— ¿Te lo has pasado bien? —le pregunta su madre cuando ya están de regreso a casa.
— Sí.
— ¿Entonces podemos volver otro día de visita?
— Sí —responde convencido —, pero sólo si puedo seguir leyendo a Mortadelo y Filemón.

 

Foto de portada: ©Sofía López

 

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