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Un pelo

Media hora de afeitado con maquinilla, repaso con peine y tijera y retoque final de patillas y cuello con la cuchilla. Después ducha, exfoliado de piel, mascarilla y crema hidratante. Y cuando salgo de la ducha fresco, oliendo a limpio y con una sonrisa de oreja a oreja me busco entre el vaho del espejo para encontrar, como siempre, un pelo que ha escapado de mi pulcro ritual.

Todos los días, nada más terminar de acicalarme, pasa lo mismo: un pelo siempre tiene que salirse de la línea y estropear el laborioso trabajo que he llevado a cabo. Sé que es una tontería, o que puede parecerlo, pero es una de las cosas más molestas que me pueden pasar. Lo odio. Es como cuando pasas la aspiradora y en cuanto te das la vuelta ya hay una pelusa asomando por la esquina; o cuando limpias una mesa de cristal con todo el cuidado del mundo y sin saber cómo aparecen motitas de polvo pegadas a su superficie. Es tremendamente molesto. Odioso.

Soy una persona observadora y me gusta fijarme en la pulcritud de la gente. En su aspecto, sus maneras y sus detalles. Mientras me hablan me fijo en sus peinados, en las arrugas del rostro, ojeras, alineamiento y blancura de los dientes… y reconozco que en parte lo hago para compararlos conmigo y sentirme mejor conmigo mismo. Así, si veo que alguien más joven que yo tiene más las arrugas más marcadas, me siento mejor. Si soy más alto, o tengo mejor peinado, o visto mejor… cualquier cosa vale para alimentar el ego. Cada uno tiene su forma de medir el valor propio y ajeno, y ese es el mío.

Entiendo que no soy el único que hace eso. Que otras personas también observan, juzgan y comentan sobre mí y sobre mi aspecto. Por eso me molesta tanto lo de este pelo del demonio. Porque siento que a ojos de los demás voy a ofrecer un punto flaco, una debilidad para que puedan cuchichear. Qué le voy a hacer, soy así.

Un pelo, además, es mucho más que un pelo. Tengo una zona de la barba menos poblada que el resto, pero afortunadamente es una zona que no resalta demasiado al quedar justo en la curva de la mandíbula. Y ahí cada pelo cuenta. Tener uno más o uno menos se nota, o al menos yo lo noto, y al fin y al cabo es mi barba, ¿no? Por eso ese pelo díscolo que sale donde no debe me molesta más todavía… ¿Por qué no sale donde realmente hace falta? ¿Por qué no se cambia de sitio? Es un pelo rebelde, un pelo anarquista ajeno a su sociedad de pelos que conforman el contorno de mi barba. Pues para ese pelo tengo la solución.

Un leve tirón de pinzas. Un pelo menos. La amenaza ha sido arrancada de raíz. Eso enseñará al próximo pelo rebelde que en mi cara no me ando con medias tintas.

 

Foto de portada: ©Mostafa Meraji

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