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¿Niño o niña?

Me subo en el ascensor y en cuanto se abren las puertas le veo. Con su camiseta de los Sex Pistols, los botones con púas y la cresta greñosa de cualquier Bukanero en Vallecas. Sin embargo, en vez de dejar pasar el ascensor o quedarme en una esquina quieto, miro sus ojeras, que son iguales que las mías, y me decido a hablarle.

    — Qué… ¿niño o niña?

Una sonrisa tierna e infantil se abre hueco entre su barba y las ojeras parecen desaparecer por un instante.

    — Niña… ¿tú?

    — Niño.

    — La mía ha nacido hoy.

    — El mío ayer.

    —  ¿Nombre?

    —  Gonzalo, ¿la tuya?

    — Verónica.

    — ¿Y qué tal?

    — Muy bien, la verdad. Intentando cogerse a la teta. ¿La madre?

La sonrisa se le borra del rostro, mira al suelo, y vuelve a sonreír.

    — Ahora ya bien, pero cuando nos dijeron que había que hacer cesárea nos asustamos mucho… mi compañera ha aguantado como una jabata.

Un rincón de mi interior se arruga cuando pienso en cómo habría reaccionado yo si hubiesen dicho eso a mi mujer. Por suerte el nuestro ha sido un parto rápido, con mucho dolor antes de la epidural, pero mucho más rápido después de que se la pusieran.

    — Bueno, pues a disfrutarlo —me dice cuando llegamos a su planta—, que la vida está para eso.

    — Eso es —me limito a decir yo.

El ascensor sube dos pisos más y salgo camino de la habitación donde mi mujer y mi hijo recién nacido me esperan. Saludo a las auxiliares del control de enfermería y sonrío al repasar la conversación que he tenido con ese tipo tan distinto a mí, con el que probablemente jamás habría cruzado una palabra en condiciones normales, y concluyo que al final siempre es la misma canción: son las experiencias las que unen a las personas, y algo en el límite de la vida y la muerte como un parto une como pocas cosas.

Cuando entro en la habitación me recibe la mirada cansada de mi mujer, que sólo la levanta de mi hijo el instante en el que entro por la puerta. Después vuelve a la bolita de piel tierna que descansa boca arriba en la cuna de plástico del hospital. Apenas tiene un día, pero ya se le puede ver el pelo rubio y unos ojos azules que se empiezan a abrir.

Me siento en la cama junto a ella y le beso en la frente. Aún sigo impresionado por la entereza que mostró durante el parto. No porque dudase de ella, sino por la naturalidad con la que lo hizo. Pienso en contarle lo del greñudo del ascensor, pero en ese momento me toma la mano y me la aprieta, diciéndome más con ese gesto que con dos horas de conversación. Seguro que no se lo cree si se lo digo, pero creo que nunca he estado más enamorado de ella.

Va a ser una madre increíble.

 

Foto de portada: ©Pexels

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