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La aldea

La aldea es un lugar fantástico para vivir. Lo llaman aldea pero en realidad es una ciudad que da cobijo a alrededor de ochenta mil habitantes. En la aldea los servicios públicos son gratis, y la gente vive muy bien. Tienen estupendas escuelas, cines, parques, museos, salas de concierto… de todo.

Alrededor de la aldea se extiende un valle amplio y de tierras fértiles rodeado de montañas. El lago se llena de pescadores y barquitas cuando hace buen tiempo, pues es una de las actividades favoritas de los lugareños. Las gentes son amables, felices y bondadosas, y los hombres y mujeres son todos altos y atractivos. Sus pieles están doradas de sol y sus músculos tonificados por el ejercicio. Además el bienestar está garantizado gracias a las continuas revisiones médicas: es importante asegurarse de que cada persona se encuentra siempre en su plenitud. Vivir en la aldea es vivir en el paraíso.

Ser de la aldea también tiene sus ventajas fuera del valle. Todas las semanas varias furgonetas grises llegan a la plaza central y se llevan a los ciudadanos que lo han solicitado a conocer el resto del país, corriendo el Estado con todos los gastos. En el exterior los habitantes de la aldea son recibidos como héroes por las autoridades locales, formándose tumultuosas aglomeraciones para verlos de cerca. Por ello todas las actividades que llevan a cabo son vigiladas por un férreo dispositivo de seguridad. A donde quiera que van son escoltados por un nutrido grupo de policías que velan por su seguridad día y noche.

Claro que no siempre fueron así las cosas. Se cuenta que años atrás la aldea era un lugar pobre y triste en el que apenas podían malvivir unos pocos campesinos. En esa época fue cuando el Estado propuso el Pacto, y con él cambió la vida de los lugareños. Se construyeron nuevas casas y mejoró la economía local. Se limpiaron los bosques y campos colindantes, y la contaminación del lago desapareció. La salud de la gente mejoró y la población creció con rapidez. La gran alambrada que cerca las montañas es lo único que les recuerda su obligación.

Los niños que nacen en la aldea son vigilados de manera exhaustiva. Todos han de ser genéticamente perfectos, pues de otra forma no estarían a la altura de los rigurosos estándares de la sociedad en la que van a ser criados. En la aldea se espera la excelencia de cada individuo, tanto física como mental, y por ello se ayuda a cada persona a que desarrolle todo su potencial durante su calculada existencia. Esa es la esencia del Pacto, y todos han de cumplir con él: es el precio por gozar de una vida excelente colmada de atenciones, facilidades y lujo. Todo para que en la aldea sólo exista la felicidad.

La tristeza no tiene cabida en la aldea, salvo quizá en un momento: cuando se acerca el instante de abandonar para siempre la comunidad y jamás volver. Todas las semanas, con las furgonetas grises de los viajes, llegan otras negras reservadas para los exiliados. Los cincuenta y cinco años son la cifra término del Pacto, y a ella se deben todos los miembros de la comunidad. Es entonces cuando celebran las mayores fiestas, se despiden de sus seres queridos y esperan con resignación paciente el momento en el que un sonriente operario del Estado les indique su asiento. Todos conocen las normas y todos las aceptan, pues es mejor eso que lo que tenían antes.

Mejor cincuenta y cinco años plenos viviendo en la aldea que el peligro y la incertidumbre de una vida azarosa fuera de ella.

 

Foto de portada: ©Free-Photos

 

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1 comentario en «La aldea»

  1. Bueno….para los que hemos pasado los cincuenta ….no querría vivir así ….me perdería muchas cosas de la vida de mis hijos : sus parejas y sobre todo …sus hijos, nada vale perderlo…..

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