Todas las mañanas a las ocho y media de la mañana, fuese lunes o domingo, hacía lo mismo: Se levantaba, hacía café, y se sentaba frente al ordenador. No hacía nada más, o al menos no lo hacía durante un rato. Simplemente se quedaba sentado, reflexionando frente a la hoja en blanco del editor de texto para conseguir articular las ideas clave de lo que tenía que escribir. Esa era la base de su trabajo: expresar en pocas palabras los puntos más importantes del texto que tenía que desarrollar.
Su negocio funcionaba a las mil maravillas, permitiéndole vivir cómodamente sin tener que preocuparse demasiado de los vaivenes de la economía. El suyo era un sustento seguro, y es que siempre habría gente necesitada de un texto escrito. Solamente tenía que reducirlo a ideas sencillas y cobrar mucho dinero por ello. No todo el mundo podía hacer lo que él hacía, y eso tenía un precio.
Para cuando apuraba los últimos tragos del café solía tener ya las cosas más o menos claras y podía ponerse a escribir. Era importante desmenuzar las ideas ya que los siguientes pasos dependían de ello. Solía escribir entre tres y cinco ideas en función del objetivo del cliente, de no más de una línea cada una. Los textos más complicados eran los que tenían limitaciones de espacio o de formato, pero la experiencia le había permitido hacer simples incluso los conceptos más complejos.
Una vez se sentía satisfecho con el resultado pasaba a la segunda parte del proceso: abrir una ventana del navegador y teclear la dirección web de la inteligencia artificial. En el cajón de texto unía las directrices adecuadas junto con las ideas que antes había escrito y después se sentaba a esperar. En apenas un minuto tenía el texto que necesitaba listo para darle los últimos retoques. Apenas le llevaba media hora.
Cuando le parecía que el producto final era lo que el cliente podía esperar de él lo maquetaba, lo revisaba y lo enviaba. Rara vez le decían que no era eso lo que buscaban. Por eso cobraba tanto dinero.
Por supuesto nadie sabía que hacía su trabajo apoyándose en la inteligencia artificial. Probablemente le dirían que era un farsante, que se estaba aprovechando de la gente y que eso podía hacerlo cualquiera. No entenderían, en definitiva, que el valor de su trabajo no era escribir lo que le pedían, sino saber comunicarse con una máquina de una manera tan efectiva como para que el resultado final siempre fuese perfecto.
Foto de portada: ©Deeezy
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