Confianza es lo que tiene su jefe en ella. Lleva seis años trabajando para él y nunca le ha defraudado. Por eso puede hacer y deshacer a su antojo dentro de la empresa, porque la acumulación de decisiones acertadas y la resolución mostrada en momentos complicados le han otorgado esa facultad. Sin embargo ella sabe que la situación puede cambiar en cualquier momento; que la confianza es un término absoluto y que, cuando se pierde, se pierde para siempre.
Confianza es, también, lo que tiene en sus dos subalternos, ya que los eligió ella y hacen su trabajo tan bien como pueden. Confía en que los informes lleguen a tiempo, que los envíos se tramiten y los mensajeros los trasladen; que la cadena logística compuesta por decenas de personas cumpla con su cometido y que así su empresa pueda seguir adelante. Al firmar un papel en nombre de su jefe, confía en que todo se ponga en marcha como debe.
Cuando sale del trabajo la confianza sigue marcando su vida, ya que le sorprendería mucho no encontrar su coche en el lugar en el que lo aparcó, o que alguien se lo haya rayado. Confía, en definitiva, en que la seguridad del aparcamiento haga su trabajo y que el resto de conductores que guardan su coche allí tengan la pericia suficiente como para calcular bien las distancias y no perder el control de sus vehículos. Cuando lo piensa siente una sensación de descontrol, de que todo en la vida puede descalabrarse en cualquier momento. Que la confianza, por egoísmo y por necesidad, es la fuerza que mueve el mundo.
La misma sensación le invade al arrancar y lanzarse al caótico tráfico de la ciudad. Jamás puede tenerlas todas consigo pero, aunque cada vez que acelera o frena lo hace con todo el cuidado del mundo, sale a relucir otra vez su confianza en que el resto de conductores actúe con cabeza, el tráfico esté bien regulado, los semáforos funcionen y no haya ningún accidente en su camino.
Antes de llegar a casa va a la compra confiando en que en los estantes encontrará todo lo que necesita para la cena. Y no sólo eso, pues también confía en que las empresas hayan respetado las normas de etiquetado facilitándole la información necesaria para conocer sus productos y, al mismo tiempo, no hayan mentido a la hora elaborarlos. Que el precio sea el de la etiqueta y que donde dice sin sal, sea sin sal, y sin azúcar, sin azúcar.
Al entrar en casa sonríe al notar el calor de la calefacción, aunque confiaba en que la caldera se encendería a la hora a la que la había programado. Guarda la compra en la nevera y aprovecha para darse una ducha rápida en lo que llega su marido… que confía se haya acordado de ir a recoger a los niños a su salida de inglés, un idioma que estudian porque, de nuevo, cree (o sea, confía), que les será útil en el futuro.
Al salir de la ducha se seca el pelo, se pone ropa de estar en casa y empieza a preparar la cena justo cuando la familia invade la casa; su marido intenta poner paz entre los dos pequeños, que llegan empujándose por no se sabe qué razón. Padre y madre se miran tras mandarlos a su cuarto, se dan un beso y dicen: confiemos en que para la cena ya hayan hecho las paces.
Foto de portada: ©Krakenimages
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Jajajaja es una confianza de todos los días, pero la paz y la guerra entre hermanos, está asegurada.
Gracias por tu relatos domingueros.
Un abrazo