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Leopoldo Miralles

Cuando abro la puerta del camarote lo primero que veo son sus maletas junto a uno de los camastros, como si estuvieran esperándome. Las conozco porque las he visto muchas veces en otros viajes: impolutas, de color rojo chillón, con sus iniciales L.M. grabadas en ampulosa letra blanca y un estúpido sombrero panamá apoyado en el mango. De todas las personas que viajan en el barco me ha tenido que tocar Leopoldo Miralles como compañero de habitación.

Me acuerdo conocerle en mi primer trabajo como viajante. Tenía veintidós años y estaba nerviosísimo. Estaba también en un barco, camino de El Cairo, cuando él apareció. Simplemente apareció, no sé de dónde, no sé por qué, pero el petulante Leopoldo Miralles se acodó a mi lado en la barandilla de estribor y empezó a hablar. Ambos nos dedicábamos a lo mismo, así que lo tuvo muy fácil conmigo.

Al principio produjo en mí una sensación de calidez que no sabría explicar, como si ante la oscuridad de mi nerviosismo una luz guiase mi camino. Leopoldo se desenvolvía ágilmente dentro de la sociedad haciendo saltar los resortes del mecanismo humano con naturalidad. Sin embargo la elocuencia que a todos encandilaba pronto comenzó a hacérseme insufrible.

No había una razón en especial, ni su tono de voz engolado, su simpatía excesiva o su risa gutural; era la suma de todas estas características la que convertía a Leopoldo Miralles en un tipo especialmente inaguantable. Bueno, igual sí había una razón especial: que al parecer fuese yo el único que me daba cuenta de ello. Ese parecer por encima del bien y del mal me sacaba de quicio.

No es que yo tenga le tenga envidia, que ya veo venir a los deslenguados. De verdad que no. Tan sólo no soporto esa personalidad suya tan echada para adelante, tan prefabricada. Incluso cuando en mi último viaje conseguí intimar con una mujer llegó él para acaparar toda su atención. ¿Qué iba a hacer yo ante tal despliegue de pomposa caballerosidad?

Ahora, al inicio de este viaje, me siento como cuando empecé en esto de ser viajante. Frente al espejo del baño veo de reojo mis maletas, impolutas, de color rojo chillón, con mis iniciales L.M. grabadas en ampulosa letra blanca y mi sombrero panamá apoyado en el mango. Sintiéndome un mentiroso al necesitar al Leopoldo Miralles viajante para hacer mi trabajo ya que el Leopoldo Miralles normal es un cobarde incapaz de enfrentarse al mundo. Aborreciéndole y aborreciéndome, pues al fin y al cabo somos las dos caras de una misma persona.

 

Foto de portada: ©American Green Travel

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