Se llamaba Zappa. Irene Zappa. La conocí a los veinte años más o menos, cuando las redes sociales todavía eran lugares amables e inocentes. O al menos eso me parecían a mí. Tiempos de chats en los que no sabíamos muy bien en qué iba a terminar convirtiéndose internet. En ese mundo que probablemente no sería tan bonito como la nostalgia me hace recordar, apareció ella.
Todo empezó con simples comentarios en publicaciones en una red social que ya no existe. Bueno, en realidad un comentario de ella en una publicación mía. Al parecer le hizo gracia mi nombre de usuario (no recuerdo cuál era exactamente) y como lo pensó, lo puso. Ella me siguió, yo la seguí, y vimos que teníamos gustos musicales similares. Entonces era fácil congeniar con una chica gracias a los gustos musicales, más aún si se había dado el nombre de Zappa.
Tras varios días intercambiando comentarios me di cuenta de que había algo importante que no conocía de esta chica: su cara. Así empecé mi búsqueda de esa tal Irene que, según parecía, estudiaba en la misma universidad que yo, tenía conocidos que eran amigos míos e incluso parecía que salía por mis bares favoritos. No tardé mucho en dar con una foto en la que aparecía una tal Irene etiquetada en una foto de un grupo cenando. Por fin había dado con ella.
Irene Zappa tenía una melena corta, oscura, con el flequillo que le llegaba hasta los ojos y una arandela brillándole sobre la aleta derecha de la nariz. No era la chica más guapa que he visto en mi vida, pero tampoco era fea y sonreía mucho en todas sus fotos. Parecía alegre y, además de la música, le gustaba la fotografía y las películas antiguas. Una chica de lo más interesante.
Los comentarios siguieron, y con ellos la complicidad. De vez en cuando me atreví incluso a escribirle un mensaje privado, pero hasta ahí llegó mi coraje. Nunca tuve la valentía de proponerle quedar para saber cómo era en realidad. Si tendría una risa bonita o fea, un pelo suave o una muletilla graciosa al hablar. Decidí no abrir esa puerta, una de tantas que dejamos cerradas en la vida, y ahora me arrepiento.
Puede que quedar con Irene Zappa hubiese sido un suplicio inaguantable. Quizá era una chica insufrible, con una voz aguda y sin más interés que el mostrado en la falsedad de internet. Sin embargo también es posible que me encontrase a una chica divertida y alocada que pusiese mi vida patas arriba para convertirla en algo mejor. Quizá la cosa funcionase y nos susurrásemos confidencias al oído mientras de fondo sonaban esas canciones que tanto nos gustaban a ambos. Que perdiera su apellido y ya sólo la conociera como Irene, usando únicamente el Zappa cuando hiciera una broma de mal gusto. Quizá hoy dos pequeños zappitas estarían jugando en el salón conmigo mientras ella ponía música. O quizá no.
Cuando el arrepentimiento se hace demasiado grande me acuerdo de que ella tampoco hizo nada por quedar conmigo. Igual tenía novio, o lo tiene ahora, y es con él con quien tiene pequeños zappitas. Poco importa. Irene Zappa no es más que el recuerdo de un pasado inalcanzable con el que jamás podré volver a conectar.
Foto de portada: ©Liza1987
¿Te ha gustado el relato?Deja tu opinión en un comentario o si lo prefieres cuéntamelo en Twitter o Instagram. Y si quieres más puedes descargarte mis libros Confinados y Un día en la guerra totalmente gratis en esta misma web. ¡Disfruta de la lectura! |