fbpx

Vamos, hermanos

Vamos, hermanos, hay que acabar. La frase se repite una y otra vez en decenas de bocas, cayendo por la riada de gente antes de llegar al final. Todos están agotados, con las piernas molidas por el paso cansino, los ojos cargados de sueño y las espaldas encorvadas. Llevan desde las cinco de la mañana cumpliendo con su voto; la hora de comer se acerca y el cansancio pesa.

Vamos, hermanos, sisean entre faldones los costaleros. Ya es la última, todo de una hasta la iglesia. Detrás el guía del paso habla con el jefe de la banda para decidir qué marcha será la que les acompañe hasta dejar la imagen descansar hasta el año siguiente.

A la vuelta de la esquina, donde la calle se abre a la plaza, se oye a la gente aplaudir al paso que les precede, que empujado por la música ya apura los últimos metros. Todo bajo un sol de justicia que al menos da tregua en el lugar de espera: la sombra de los edificios contiguos les cubre mientras descansan. Detrás de ellos cinco pasos más esperan su turno. Todavía queda mucha procesión.

Vamos, hermanos, que ya están entrando en la iglesia. Hay que prepararse.

Los cofrades forman la hilera de nuevo, los costaleros estiran por última vez antes de meterse bajo el paso y los músicos desentumen brazos, piernas y labios para tocar la marcha elegida en bucle hasta que se vean refugiados en el templo del que partieron hace casi diez horas.

Suena la campana una vez y da la impresión de que incluso las imágenes del paso se ponen en tensión. El segundo toque alza las figuras con un suave movimiento entrenado durante meses en la tranquilidad de la iglesia. El tercero inicia el movimiento: una cadencia lenta y armónica que de un lado a otro espera que la caja meta el redoble en la pierna izquierda. Nadie consentiría que fuese de otro modo.

Dan la señal; es la hora de arrancar. En cuanto el paso doble la esquina empezamos, dice el encargado de la música, y tocad bien fuerte, que es la última. La verdad es que después de toda una noche de dar vueltas por la ciudad a paso lento, con frío, viento y muertos de sed sus pintas son bastante lamentables: los trajes están arrugados, las piernas flojas y algún nudo de corbata está medio deshecho. Sin embargo ellos aceptan su parte del trato con profesionalidad, conscientes de que, aunque no lo parezca, de su labor depende en gran medida que los costaleros puedan llevar a su cristo al templo.

El paso apenas ha cruzado media plaza y las fuerzas parecen flaquear. Es entonces cuando la marcha de procesión llega a su punto álgido y las decenas de personas que se han congregado para ver la llegada de los pasos arrancan a aplaudir y a animar a los costaleros, que reafirmados en sus propias penitencias dan cada zancada más larga si cabe.

De pronto los hombros van más ligeros y las espaldas duelen menos. Los pies descalzos de algunos cofrades ya no notan el frío suelo ni el roce de horas caminando sobre el asfalto. Una atmósfera extraña rodea todo aunando música, aplausos, túnicas y nazarenos en una comunión que rara vez se da pero que pone los pelos de punta incluso al más ateo de los presentes.

Vamos, hermanos, se oye a alguien gritar bajo el paso. Ya falta poco.

 

Foto de portada: ©gcman105

 

¿Te ha gustado el relato?

Deja tu opinión en un comentario o si lo prefieres cuéntamelo en Twitter o Instagram.

Y si quieres más puedes descargarte mis libros Confinados y Un día en la guerra totalmente gratis en esta misma web.

¡Disfruta de la lectura!

 

Deja un comentario