Marcos mira cómo Laura se mete en la boca las últimas dos olivas, que ha atrapado con gran habilidad con un sólo golpe de tenedor. Le estaba contando sus últimas peripecias cuando la conversación ha cambiado abruptamente. Tanto como el humor de su amiga.
– Es que es recordarlo y me entran los siete males, te lo juro.
Laura mastica con saña las dos aceitunas, de las que apenas quedan ya simples restos entre sus dientes. Un trago de vino blanco hace que desaparezcan de su boca, dejando el paso libre a una mueca tensa.
– A ver, cuéntame.
– A ver, te cuento —responde imitándole—. ¿Te acuerdas de que te dije que el lunes fue el cumpleaños de Rosa?
Marcos asiente.
– Pues fuimos a cenar al restaurante del Ritz para celebrarlo.
– Jodo con la celebración…
– Qué va, si nos salió tirado, encontró un descuento del cincuenta por ciento en no sé qué web y…
– Claro, claro… sigue contando, pijilla.
Laura entorna los ojos pero lo deja pasar.
– El caso es que llegamos al sitio, todo muy bien, con un servicio impecable, un trato magnífico…
– Pero…
– Pero la gente. La maldita gente —da otro trago a su vino—. Un par de imbéciles de la mesa de al lado. En camiseta y chanclas en el restaurante del Ritz… ¿te lo puedes creer?
– Nuevos ricos, imagino.
– Paletos con pasta. En el Ritz se guarda una etiqueta, mínima aunque sea. Que para algo es el Ritz. Nosotras íbamos estupendas.
– Como siempre.
La puya arranca una carcajada a Laura, que fuerza la risa hasta el ridículo.
– ¿Puedo seguir o vas a interrumpirme otra vez?
– Por favor.
– Lo peor no fueron las pintas, fueron los postres.
– ¿No os gustaron?
– Qué va. Estaban de muerte, cenamos como dos reinas. Pero llegado un momento, la pareja de memos ésta saca el móvil y se pone a ver vídeos con la musiquita a todo trapo.
– ¿Perdona?
– Como lo oyes. En el Ritz.
– Madre mía…
Marcos aprovecha la pausa para paladear su incredulidad. Laura, mientras, apura su copa con el ceño fruncido.
– Vamos, no me jodas —alcanza a decir Marcos—. Menudo nivel, el del Ritz.
– Que se supone que es un sitio bien, con sus formas y su historia —niega con la cabeza ella—. Y ahí estaban esos dos catetos embobados con sus móviles jodiéndonos la cena.
– ¿Y el maître qué decía?
– Nada, qué iba a decir. Juraba en arameo por lo bajini y ponía cara de circunstancia.
– Pues vaya mierda.
Pasa un rato en el que ninguno dice nada. Rumian juntos el silencio mientras piensan en lo que significa aquello. Por fin, Marcos se decide a hablar.
– Es que ya ni del Ritz puedes fiarte.
– Que gilipollas con pasta habrá habido siempre, también te digo…
– Sí, pero coño, las formas hay que guardarlas… la mala educación campa por sus respetos.
– Hasta en el Ritz…
– Hasta en el Ritz…
Otro silencio compartido.
– Es que si ya no podemos fiarnos ni del Ritz… —Marcos suspira profundamente—. Este mundo se va al garete.
– Lo mandan, lo mandan —le corrige su amiga—. No se va, lo mandan.
– Y a nosotros con él.
– Al menos lo vemos, que hay otros que ni eso.
– Pues pide otra ronda a ver si se nos aclara la vista.
– Pues vale.
Foto de portada: ©Wikipedia
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