— Bonita película se nos ha montado, ¿eh?
La frase le pilló por sorpresa, de espaldas y con el móvil en la mano, pero la voz de Laura era inconfundible.
— Imagino que te refieres a lo de Ramos y el Madrid.
— Qué va —negó con la cabeza—. A lo de Nadal y Wimbledon.
— Fíjate que eso me molesta más.
Marcos y Laura se abrazaron y echaron a andar en busca de un bar en el que anclarse durante un rato. Se debían conversaciones sobre mil temas: de cine y libros, de música, de actualidad, política y políticos; del trabajo de ella y de los padres de él; de la vida, en definitiva.
— ¿Probamos este? —sugirió Marcos señalando una cafetería.
Nada más entrar se acomodaron en una mesa del fondo, estudiando el lugar curiosos, con ganas de discernir rápido si aquel podía ser su nuevo centro de operaciones o si sería, una vez más, una parada cualquiera en un lugar cualquiera.
— Es un poco tasca.
— Es bastante tasca.
— Eso está bien.
— Muy bien.
Un camarero vestido de negro de pies a cabeza se les acercó con muy buenos modos. En cinco minutos volvió con un tercio de Mahou para ella y una copa de verdejo muy fría para él.
— Voy al baño. Échale un ojo a la carta a ver si hay algo que nos apetezca.
Laura bajó unas escaleras de granito hacia el sótano, en el que el típico cartel color dorado con un icono femenino negro indicaba dónde se encontraba el lavabo. No tardó demasiado en regresar, encontrándose en el centro de la mesa un plato lleno de trozos de tortilla de patata.
— ¿Ya has pedido una ración?
— Que va —negó—. Esto es la tapa.
La ceja derecha de la chica subió mostrando su sorpresa. Una excelente sorpresa.
— Si es que hay sitios en los que da gusto.
— Y que lo digas. Es bueno ver que quedan antros decentes en el centro de la capital.
Ambos dejaron la conversación en punto muerto y se echaron encima de la tortilla, que tenía una pinta estupenda.
— Así no se hace —le reprochó Marcos al verle lanzarse con el palillo por delante.
— Pronto empezamos… a ver, ¿qué he hecho mal?
— Mira.
Marcos cogió un mondadientes y pinchó en un trozo de tortilla. Al elevarlo camino de su boca una parte de desgajó, terminando el bocado de nuevo en el plato. Después cogió un segundo palillo y, colocándolo junto al otro en un ángulo bastante amplio, dio la estocada a otro pedazo con ambas puntas. Ni siquiera los serpenteos de su mano en el aire impidieron que la totalidad del trozo acabase deshecho entre sus muelas.
— La tortilla siempre con dos palillos. Por lo que pueda pasar.
— Qué poco ecofrendly eres. Hay que ser más responsable con el uso de los recursos.
Su amigo hizo una mueca con la boca muy abierta, mostrándole los restos de tortilla de patata a medio masticar.
— Que te den, Laura —dijo ante la cara de asco de ella—. A ti y a los ecofrendlys. Y cuéntame cómo te va la vida, anda, que a eso hemos venido.
Foto de portada: ©Manuel Ramallo
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?Bien….Retomamos las charlas con amigos.