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El sustanciero

En el pueblo las primeras calles esperan tranquilas al caminar del hombre, que canturrea una coplilla siguiendo el ritmo de sus propios pasos. El sol de la mañana delinea sus toscas facciones acentuando los recovecos de sus arrugas y la curtida piel alrededor de los ojos, bien protegidos por la sombra que le da la boina negra que le cubre la cabeza. En ellos hay un brillo vivo que centellea en su interior sin necesidad de que la luz incida en ellos; una chispa que no encaja con su atuendo raído y sus andares desgarbados. Y es que como dice el refrán, el hábito no hace al monje.

Las mangas de la camisa bien remangadas –así no se notan los puños deshilachados– y su franca sonrisa son la mejor llamada al negocio pues para él, como para todos los vecinos de la comarca, son tiempos duros. La posguerra está obligando a la gente a buscarse la vida de las maneras más inverosímiles, pero aun enjuto y con poco que llevarse a la boca el hombre no se puede quejar demasiado. Su primo le ha conseguido un empleo en un matadero cercano y de cuando en cuando consigue sacar de estraperlo algún hueso de jamón tan seco que ni un perro le sacaría jugo. Sin embargo para él es un tesoro que cuelga ahora a su espalda como si de un hatillo se tratase, calculando que le va a procurar unas buenas perras chicas y, si la cosa va bien, alguna que otra perra gorda.

– ¡El sustanciero, señoras! –grita cuando ya se ha adentrado lo suficiente en el poblado–. ¡Les traigo sabor para el puchero!

Al grito se asoman varias cabezas por las ventanas, casi todas de niños curiosos y alguna vieja fisgona que le reprocha las voces. No obstante al poco una vecina aparece en el umbral de su puerta y le invita a pasar.

– Escasito viene el hueso hoy –le espeta sin saludarle–. Espero me lo deje usté un buen rato.

– No se preocupe patrona, que por una perra gorda tié usté un caldo sabroso, sabroso. Se lo digo yo.

En la cocina un puchero con restos de verduras más bien mustias espera borboteando la llegada del sustanciero, que con cuidado deja caer el hueso dentro del agua mientras en su mano reluce un reloj con el que calcula el tiempo que lleva sumergido. Esgrimiendo todavía su sonrisa da conversación a la mujer, que le contesta sin mucha gana. Tiene la vista fija en la cuerda atada al pernicote, observándolo como si estuviese el jamón entero dentro de su olla.

Justo cuando el tiempo está a punto de cumplirse aparece la hija de la dueña bajando las escaleras. Es una joven morena de ojos oscuros y tez olivácea que viste una blusa blanca y falda de arpillera que contrasta con el color de su piel. El sustanciero no puede evitar fijarse en la hermosa muchacha, guardando el reloj para descubrirse ante ella. No es lo suficientemente joven como para que una chica como aquella lo considere un pretendiente digno, pero tampoco tan mayor como para no intentarlo. Por ello sonríe de nuevo, le echa un poco de cara y hace ademán de retirar el hueso del cocido.

– ¿Ya lo va a retirar? –protesta la dueña de la casa–. Menos mal que me iba a dejar un caldo sabroso.

El hombre se encoge de hombros y simula pensarlo un momento para después volverse sonriente hacia la muchacha guiñándole un ojo. Al ver que ella le devuelve la sonrisa no duda y se gira de nuevo hacia la mujer.

– ¿No tendrá usté un poco vino? –le dice arqueando las cejas.

– Algo debe quedar.

– Pues si la moza tié a bien ponerme un vaso yo me olvido un rato del reloj.

La mujer entorna los ojos y mira a su hija, que asiente levemente dando a entender que el galanteo no le es indiferente. Un poco de diversión entre tantas penurias no le vendrá mal, piensa su madre, por lo que con un resoplido da su conformidad y, mientras la chica se apresura a coger un vaso limpio, se sienta en la mesita baja lo suficientemente cerca como para escuchar todo lo que se hable pero dejando algo de intimidad a la pareja.

Al fin y al cabo, ella también fue joven una vez…

2 comentarios en «El sustanciero»

  1. Me hizo recordar aun vendedor de especias y aromáticas que recorria los pueblos de mi zona, todos pequeños, de 1.000 o 2.000 habitantes (Departamento Castellanos, Santa Fe, Argentina), luego empresario de la yerba mmate «saborizada», personaje que ha dejado muchas anécdotas.

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    • Qué interesante, aquí el sustanciero era una figura de la posguerra que hacía lo que describo en el relato, cosas de la necesidad…
      ¡Muchas gracias por leerlo y por comentar!

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